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Santiago, en Retirada

Nunca pudo imaginar el jinete del blancocaballo que él también sería retirado por orden superior, aunque laIglesia Católica es muy dueña de ubicar o desubicar las imágenes desus altares como mejor le plazca. No incurriré, pues, en laimpertinencia de tantos ateos hispanos, perpetuos manifestantes desu despego y odio por el catolicismo -allá ellos con sus complejossi no han sido capaces de superarlos- pero que se consideranfacultados para dictar qué debe la Iglesia hacer, u omitir, encualquier asunto de su gusto. Así, se han cansado de reñirle porlos pasos que da, o no, en torno a la canonización de Isabel laCatólica, mientras guardan un silencio más culpable que tácticoacerca de asuntos equivalentes -o mucho más graves- de otrasconfesiones. Viene esto a propósito de la retirada -las retiradas,en España, parecen haberse puesto de moda- del Santiago Matamorosexistente en el crucero de su catedral, cercano a la Puerta deAzabachería. Con todo respeto, querría hacer algunas reflexionessobre el particular, como mero producto de buena voluntad ypreocupación, porque el fondo del problema nos atañe a todos.

El lance se asemeja demasiado a otrosacaecidos recientemente en nuestro país como para no escamarnos: untal Pérez fue a Perpiñán a comprar seguridad para Cataluña de unabanda mafiosa y la jugada le salió redonda en las elecciones (lacategoría moral de sus votantes es otro tema que no afecta a lautilidad inmediata); después, Rodríguez, el socio de Pérez y dignoheredero de González, ensayó la maniobra de adquirir inmunidad paraEspaña y para él mediante la espantada en Iraq (veremos cuánto durael Cuento de la Lechera); ahora, esconden a Santiago creyendoaplacar de tal modo a los islamistas. Se equivocan de medio a medioy no sólo porque gestos así desaniman a la afición, muy apegada atradiciones pequeñas, a rituales de siglos, a minúsculos hábitos depolítica local. El feligrés de abajo está en su derecho de entenderla fe en su escala directa y sencilla, y siento tener que decirlo,pero temo que no sobra: no me puedo tomar en serio, y menos comorepresentante divino, a un hombre ataviado con vaqueros y chupa quese pule una talla románica del siglo XII para construir un chamizoal que llama iglesia: los ejemplos abundan, así pues no me pidanencalcar en silos tan escabrosos. La dignidad y empaque en lostemplos no fue un invento gratuito, fruto del abuso de lasjerarquías, sino una necesidad objetiva para organizar lareligiosidad. Y así ha sido en todas las religiones determinantesde la marcha humana. Pero la dignidad no es sólo la de losedificios, también la de los actos.

Ni siquiera es lo peor que no consigan conese gesto y otros similares preservar las iglesias, el Vaticano ola misma catedral de Santiago de eventuales atentados islámicos; oque, ante la debilidad demostrada, arrecien las pretensiones sobrela catedral-mezquita de Córdoba. Consecuencias todas que la Iglesiase habrá ganado a pulso -ojalá que no- con tanta renuncia a darsepor enterada de la realidad, empezando por la que viven loscristianos en los países islámicos, por otra parte bien conocida ybien soslayada. Son problemas de la Iglesia que ésta afrontará comoestime oportuno, si bien el poner la otra mejilla -hasta eso- debetener un límite, porque entre el espíritu de Cruzada -que,obviamente, hoy nadie defiende- y meter el multiculturalismozascandil en las sacristías, hay un largo trecho y un amplioabanico de posibilidades. El pretexto aducido -no herir lasensibilidad de los musulmanes- se sostiene muy malamente y nologra convencernos de nada. Francia está plagada de monumentos conalusiones a «la barbarie alemana» (sic), en México es difícilencontrar algún rincón sin una lápida de condena para «Cortés y losespañoles» y en las mezquitas del mundo entero no existen imágenesanticristianas sencillamente porque no hay imágenes de ningún tipo,pero ganas no faltan. Es difícil ofender la sensibilidad de lasenormes multitudes de musulmanes que visitarán la catedral deSantiago, por la sencilla razón de que nunca existirán talesmuchedumbres. Y si algún musulmán ilustrado, por curiosidadcultural, se acerca a la ciudad y al templo, lo más probable es quedisponga de la formación suficiente para contemplar las imágenescon el distanciamiento y la objetividad precisos, la perspectivatemporal y el deseo de superar sucesos históricos que, de hecho, yaestán superados, al menos por nuestra parte.

En este caso el cabildo de Santiagoincurre en una flagrante contradicción como miembro de la Iglesiaque es: no se puede estar lamentando a todas horas la pérdida delsentido profundo y de la simbología de cuanta imaginería, lienzos,bajorrelieves, retablos, capiteles pueblan nuestros templos ymuseos, que son resultado de un largo proceso histórico, social yreligioso de muchos siglos, y al tiempo escurrir el bulto ypropiciar el olvido del origen y utilidad en su momento -momento decenturias- de uno de los pilares fundacionales de España y quetanto contribuyó en el imaginario colectivo a cohesionar nuestranación. A estas alturas es irrelevante si hubo batalla de Clavijo ono, o cuál es la verdadera identidad del personaje allí enterrado:desde luego no me refiero a los historiadores, que sí pueden ydeben investigar tales extremos, sino a los sentimientos ycreencias todavía actuantes en gran parte de la población española.El cabildo de Santiago ayuda a vaciar más aún de contenido nuestrahistoria y la de la misma Iglesia -¿qué dirán sobre la ordenmilitar de Santiago?-, que fue como fue, por fortuna pese a todo, yque no debemos desconocer, ni arrugarnos por ella, máxime en unpaís en el que todo se ha vuelto light, progre, diver y guay (en eltontorrón sentido que se ha conferido a la palabra en laactualidad). ¿Cómo ignorar que la nación española se forjóprecisamente en el designio colectivo de no querer ser musulmanes yque la figura de Santiago desempeñó un papel central en eseproceso? Ya nos pareció una jaimitada que se suprimiera el carácterde fiesta nacional (para toda España) del 25 de julio, pero ahorase prosigue la tarea en el santuario mismo del Apóstol,falsificando el pasado y descafeinando el presente: ¿no comprendenque las creencias forman un todo de conjunto y que como empecemos-continuemos, de hecho- a deshilachar los flecos el lienzo enterose deshará? Ni lo comprenden ni les importa, sólo ven a cortoplazo.

En España sobran confusión, oportunismo y,sobre todo, ignorancia, el peor de nuestros males: un ministro deDefensa (no éste, otro) dice «la p... Mili» para referirse alServicio Militar; la izquierda se niega a enmendar la catástrofeeducativa por ella misma creada; papanatas postmodernos y de verasprovincianos eligen como mejor película española una cinta rodadaen inglés y con actores extranjeros (a continuación nos piden queapoyemos al cine español); agricultores se indignan un día por laquema de sus camiones en Francia (nuestro protector actual: sálvesequien pueda) y al siguiente acuden encantados a comprar enalmacenes franceses; y aun no faltan ilusos que, con la derrotaelectoral del PP, creen haber dado la vuelta a la Batalla del Ebro.Cada loco con su tema y cada crío con su juguete. Es grave eldesmerengamiento general del país, y las pocas instituciones seriasque nos van quedando -la Iglesia es una de ellas, claro- no puedenfavorecer el desmadre. Todos los pueblos se han fabricado su propiamitología, que al menos vale de modelo utópico de referencia, paraimaginar a través del personaje literario o del héroe anónimo cómonos gustaría ser en realidad, puesto que algo -o mucho- hubo deverdadero en el nacimiento de los arquetipos: don Juan, donQuijote, el Cid, los majos del 2 de mayo o las diversas Agustinasde nuestra historia han sido los nuestros; pero mal asunto es queincluso los mitos, como sucede, pasen a engrosar el pelotón de lospeluches de trapo de las ferias objeto de pedradas y pitorreos, oque los depositarios del espíritu arrumben a los santos en fayadosy paneras, porque entonces se descubre que ni somos indómitos, nigenerosos, ni abiertos, ni grandes amadores, y ni siquierasimpáticos. O unos sí y otros no y según en qué circunstancias, lonormal.

Hace unos días César Alonso de los Ríos medirigía una amable pregunta retórica: ¿cómo se dice «talante» enárabe? Por supuesto, no voy a abusar de la hospitalidad de ABC, nia aburrir a los lectores, con una exhibición lexicográfica, pero síseñalaré que en esa lengua no existe un término que aúne losdistintos matices del nuestro. Tal vez la expresión hala ruhiyya(estado anímico) sea lo más parecido, aunque tratándose deRodríguez lo más apropiado debe ser dammu-hu jafif (sangre ligera),es decir «simpático, agradable», ese buen talante de que tantopresume y que algunos no le vemos por ningún lado, pero que taneficaz será cuando sus amigos marroquíes lancen la próxima MarchaVerde contra Ceuta y Melilla, una vez engullido del todo el Saharacon el solícito concurso de los monaguillos hispanos, los últimosque faltaban en la foto, tan aficionados como son los socialistas ahacerse fotos (incluso delante del mapa del Gran Marruecos) o arecordar las ajenas. Rodríguez se enfrentará a la situación (es undecir) con alegría y buen talante. Y sin Santiago Matamoros, mohínoy cabreado, porque hasta en España se avergüenzan de él.

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