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Ofensiva gay

Así llamaba «El Mundo» esta semana a la visita de Trinidad Jiménez al registro civil para acompañar al concejal socialista Pedro Zerolo y a su novio, que presentaron una solicitud matrimonial. Simultáneamente hacían lo mismo una pareja de lesbianas en Madrid y otra en Valencia. Todos ellos recalcaron que su objetivo era «conseguir unos derechos y un reconocimiento legal». Pero mentían, porque ya los tienen. Ya existe la figura legal de la pareja de hecho, hetero u homosexual, con los derechos consiguientes, mayores o menores según la comunidad autónoma de turno.

Lo que estas parejas quieren es el matrimonio civil, o sea, ser como el hombre y la mujer que se casan para quererse, educar una prole y fundar una empresa doméstica que construya la sociedad. Pero como es imposible que dos hombres o dos mujeres se reproduzcan, el matrimonio homosexual es una contradicción in terminis. Es como hablar de «mar dulce» o «luna diurna». ¿Por qué este empeño en ser lo que no se es?

Sin duda subyace un deseo de los homosexuales de ser aceptados y queridos socialmente. Pero hay también un proyecto ideológico de quienes manipulan un sentimiento comprensible. El proyecto consiste en acabar con la definición de la institución matrimonial para generar una sociedad donde la diferencia sexual sea irrelevante. Donde, por ejemplo, el ser mujer u hombre no «cuente» para ser madre o padre. Es un vaciamiento antropológico que tiene otros síntomas, desde la moda —donde el androginismo hace imposible que las caderas de una mujer normal quepan en una talla 36 — hasta la publicidad, en la que es a veces difícil distinguir si la persona fotografiada es hombre o mujer.

Esta tendencia inicia un camino de consecuencias imprevisibles. Para empezar, la riqueza de los sexos se pierde, pero además se destruye la institución matrimonial «binaria» porque, si se relativiza el sexo de los cónyuges, también se podrá relativizar el número de los mismos, como reclaman los musulmanes. ¿Por qué dos personas, en efecto, y no tres, o cuatro? Es la apertura de la veda de la poligamia o la poliandria.

Ya he escuchado a más de un progre relativizando la gravedad de esta posibilidad. Pero, se lo aseguro, las mujeres europeas no hemos hecho un camino tan largo como para tolerar ahora la vuelta al harén. Luchar por el mantenimiento del matrimonio tradicional no es «homofobia», es exigir el derecho del niño a un padre y una madre, y el de hombres y mujeres a comprometerse con un solo cónyuge del sexo complementario.

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