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La cleptocracia

La cleptocracia se está convirtiendo, si no lo es ya, en la forma de gobierno normal. No se trata de que sea una forma «establecida», como puede ocurrir en una dictadura, lo cual es inevitable en este caso puesto que se trata de una cuestión de poder, sino de que la mayoría de los gobernados la acepta sin reservas. Quizá, porque como se ha dicho muchas veces, por ejemplo H.-E. Richter en su libro Die hohe Kunst der Korruption (El refinado arte de la corrupción) es inseparable de las actuales democracias. Sin la corrupción, sostenía este autor muy publicitado en su momento (1989), las democracias europeas, dada la estructura que han generado, serían inviables. Suprimir o por lo menos moderar la corrupción —pues siempre existirá, sobre todo en la Administración local — sería una revolución. sin embargo, la vigente teoría abstracta dice cínicamente que en la democracia la corrupción es prácticamente imposible. La cuestión es de qué democracia se habla. Y la democracia existente hoy en Europa es de la especie estatista. Una democracia que inevitablemente crea amplias estructuras innecesarias, estructuras intervencionistas que ellas mismas son corruptas por superfluas y fomentan el tráfico de influencias, los favores, las comisiones, la formación de clientelas de los partidos, etcétera.

La cleptocracia, palabra compuesta de dos términos griegos, ladrón y mando, mando de los ladrones, que púdicamente no recoge el Diccionario de la Lengua, es una forma de gobierno conocida desde muy antiguo, aludiendo a un elevado grado de corrupción política. Corrupción que puede revestir muchas formas. Puede ser incluso perfectamente legal, éste es el fondo del problema actual: por ejemplo, creando estructuras innecesarias o conservando las obsoletas, o destinando los impuestos a subvenciones, actividades culturales generosamente remuneradas, a cargos-sinecuras en empresas y negocios públicos y semipúblicos, a sueldos y prebendas de los políticos o a los que acceden fácilmente los favorecidos políticamente, con los que no pueden soñar los contribuyentes corrientes, o a los innumerables gastos que con el pretexto de licencias y permisos que incitan a la «mordida», o de la justicia «social», dan lugar a la existencia de empresas más o menos públicas, a negocios inmobiliarios, a organizaciones que viven del impuesto, etcétera.

La extensión del intervencionismo constituye una fuente de ingresos para los políticos y sus clientelas y la política de prevención y ayuda social origina unos gastos de los que se aprovecha la clase política. Ejemplos concretos hay muchos: la Comunidad de Madrid con la trama inmobiliaria —la construcción de viviendas sociales, por ejemplo — al trasfondo, aunque no se reduce a eso, y las comunidades autónomas en general; Argentina, cuyos gobiernos son inequívocamente cleptocráticos hace tiempo; Alemania, donde se quiere hacer pagar a los usuarios de la Sanidad además de seguir pagando impuestos — ¿qué político se atrevería a prescindir de la burocracia creada y suprimir otros gastos? — ; Francia, con su enorme burocracia; todos aquellos países en que casi la mitad — o más — de la población percibe sus ingresos del Estado y las instituciones públicas, etcétera. Una reciente modalidad que favorece la corrupción es la idea de que para corregir el deficiente funcionamiento de la burocracia debido a su hipertrofia, ésta debe adoptar formas privadas. Entonces se constituyen agencias, como suelen denominarse imitando a Norteamérica sin caer en la cuenta de que allí esto es posible, justamente porque no hay Estado. Cuando hay Estado, la burocracia tiene que ser estrictamente pública con sus formas de gestión peculiares, que excluyen por definición la rentabilidad. Ludwig von Mises, uno de los hombres más independientes y clarividentes del siglo XX y una de sus mejores cabezas, explicó muy bien en un librillo la diferencia entre la burocracia pública y la privada. La introducción de formas de gestión privadas en el Estado, que ya no es sólo Estado sino Estado Total, es a medio y largo plazo una fuente segura de corrupción política, de cleptocracia.

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