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Fragmentación

La situación religiosa de los españoles es bastante extraña y no demasiado coherente. La de los demás países que son o han sido cristianos es también bastante extraña, pero es difícil conocerla en detalle y dentro de una considerable variedad. Hay que contentarse con algunas conjeturas imprecisas. La primera impresión es que en España la religión se ha replegado a un puesto reducido y bastante remoto. Habitualmente se cuenta muy poco con la dimensión religiosa del hombre, que durante muchos siglos había sido capital, probablemente excesiva. La mayor parte de los españoles piensan algunas veces sobre religión de manera residual y con poca energía. Están atentos a lo inmediato y puramente temporal, al estreno de una prosperidad incomparable con las anteriores, que permite satisfacer por primera vez en largo tiempo deseos que antes estaban vedados. Tan pronto como aparece una vacación, millones de españoles salen en todos los medios de comunicación, y de preferencia en sus propios coches, en todas las direcciones placenteras; en gran proporción en aviones con destinos remotos y probablemente desconocidos, sin que importe el considerable dispendio. ¿Queda algún lugar para la vertiente religiosa?

Aunque parezca extraño, sí. De vez en cuando, casi siempre con motivo de alguna festividad tradicional, muchos españoles recuerdan su condición religiosa. Llenan las iglesias, al menos por un día, antes de emprender aceleradamente sus viajes. Ejecutan actos religiosos muy antiguos, que ahora quedan aislados y sin continuidad. En ocasiones acuden a convocatorias específicamente religiosas, sobre todo por iniciativa de Juan Pablo II. Se han producido en los últimos tiempos concentraciones, sobre todo juveniles, literalmente asombrosas. Tienen eco lecturas religiosas, incluso de pensamiento religioso, con escasa continuidad. El efecto que parecen producir está mitigado por lo que llamo "fragilidad de la evidencia": el hecho de que algo que se ha visto con claridad y ha hecho cierto efecto, pasado algún tiempo se desdibuja y casi borra, como si la fugaz iluminación no hubiese sido resistente. Esto introduce una duda acerca del estado real de esa decisiva instalación humana. Si se atiende a lo más visible y llamativo, se piensa que la dimensión religiosa está a punto de desaparecer; pero son innegables enérgicas muestras de vitalidad, interés y esfuerzos de supervivencia. Mi impresión es que hay en el fondo de muchos españoles, a pesar de los constantes estímulos negativos, e incluso contra los esfuerzos bien organizados y tenaces para imponer el desdén por todo lo religioso y su desprestigio, una fuerte resistencia a cortar amarras con una milenaria tradición religiosa, que reverdece precariamente de vez en cuando.

La situación es inquietante y se la puede ver como desalentadora. Por otra parte, es un resto visible e inequívoco de algo que no ha desaparecido. La ambigüedad de esta actitud frecuentísima es notoria y conduce a una duda muy profunda y difícil de superar. Las cosas no están claras; más aún, no son claras. Cualquier conclusión apresurada puede ser un grave error. Eso que parece una supervivencia combatida por toda clase de presiones, unas que podríamos llamar "hedonistas", relativamente inocentes, otras aviesas y con un propósito muy definido, tiene un alcance considerable, que importaría aclarar.

Mi impresión es que la mayoría de los españoles encuentran en sí mismos cierta resistencia a despedirse de lo que ha sido en su historia una tradición de singular fuerza. Si se repasa la historia del pueblo español se descubre en ella un evidente exceso del elemento religioso. Esto ha sido excesivo, en buena medida inauténtico, una especie de abuso de circunstancias que iban más allá de lo necesario y justificable. La reacción a esto ha tenido amplia justificación. Pero acaso ha arrastrado consigo porciones importantes de la realidad española, ingredientes a los que no es fácil renunciar y que significan pérdidas dolorosas. Ésta puede ser la explicación de esa extraña supervivencia de lo que parecía condenado y que, en otros lugares, puede estar definitivamente descartado. El mundo actual, sobre todo en Europa, en grado algo menor en América -del resto del mundo no me atrevo demasiado a opinar- ha experimentado un cambio que no se suele percibir. Ese mundo ha dependido de una idea capital, que ha mantenido su continuidad: la de persona. Hace cosa de treinta años tuve una violenta sorpresa: en la mayoría de las enciclopedias recientes no se encuentra el artículo "amor"; tampoco el de "felicidad" o el de "vida", salvo la biológica. Estas enciclopedias no hablan más que de "cosas", y estas palabras no nombran cosas, sino realidades personales. El mundo actual está casi reducido a cosas, el hombre de nuestro tiempo sepultado en ellas. ¿Es esto soportable? Más aún, ¿es posible? Tal vez el hombre no se resigna a dimitir de su condición personal. Cuando está a punto de hacerlo, en virtud de solicitaciones que lo halagan o lo amenazan, siente un punto de alarma. Es muy probable que la dimensión religiosa sea la única que mantenga vivo para la mayoría de los hombres la conciencia de que no es una mera cosa, ni siquiera un organismo, sino esa realidad paradójica, difícil de comprender y sin embargo patente, manifiesta, lo único verdaderamente inteligible. En esa tradición religiosa el hombre encuentra restos -sólo restos, vacilantes y venidos a menos- de la idea que lo había acompañado durante milenios, que le había permitido trascender lo animal, lo cósmico, las vicisitudes de la historia, los desastres, las situaciones desesperadas o insoportables.

Es comprensible la resistencia a abandonar todo eso. En algunos momentos, en circunstancias particularmente difíciles, el hombre vuelve los ojos, con desconfianza y escepticismo, a algunos fragmentos de una vieja creencia que sobrenada en las aguas agitadas y confusas -sobre todo confusas- en que se debate. No estoy seguro de lo que acabo de escribir. Es una simple conjetura. Haría falta pensar sin prisa y a fondo sobre estas cuestiones. Lo malo es que esto es precisamente lo que casi nadie hace. Y sólo de esa operación podría esperarse algún resultado. He creído siempre en la eficacia única del pensamiento riguroso. Casi enteramente ha desaparecido de la haz de la tierra. Sin él, no hay esperanza. Su olvido es algo particularmente dramático, porque pone en cuestión la realidad misma del hombre.

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