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Continuidad

No pasa día sin que se nos presente alguna porción de la historia cultural española -o de la vida de nuestro país sin más- como un desierto, en el mejor de los casos, como un desastre o acaso como un infierno. De vez en cuando se abandonan los detalles, quiero decir las diversas épocas, y se generaliza hasta abarcar la totalidad. Cuando se hace esto, se suele englobar el futuro, sin limitación alguna. Hace cosa de treinta años, una revista que gozaba de prestigio y representaba el "progreso", dedicó mucho tiempo y espacio a debatir si había habido una cultura española. Y un profesor -actual historiador de ella- declaró en Puerto Rico que había ido a mostrar su inexistencia .

Me pregunto cómo todo esto es posible. Si fuese cierto lo que sobre la cultura española y la realidad española entera se ha dicho, incluso por personas eminentes en algunas ocasiones, España no existiría, se habría destruido. aniquilado, o por lo menos estaría en el estado de postración de las fracciones más lamentables de la humanidad. Y, sin embargo, ahí está, con enérgica realidad, dentro de los países que se consideran prósperos, con un amplísimo horizonte de posibilidades .

La causa principal de las actitudes negativas que acabo de nombrar es la ignorancia. Hoy está asombrosamente difundida, en gran parte por los sucesivos planes de estudio y sus correspondientes abandonos. Esa ignorancia era inimaginable fuera de las personas que no habían tenido acceso a ninguna instrucción; ahora llega a los universitarios, sin excluir a algunos profesores, a escritores y "comunicadores" de varias especies. El examen de ingreso para cursar el Bachillerato. a los diez años, no se pasaba con dos faltas de ortografía. Se estudiaban pocas cosas, pero se aprendían. Estudié química en 1931; hace unos días un nieto de catorce años me pidió ayuda para entender algunas cosas; pude hacerlo; luego me pidió información sobre el Renacimiento, pero esto era más razonable .

La ignorancia produce malestar, cuando es indebida y casi pecaminosa, e induce a la descalificación. Es como una compensación consoladora del propio descontento. Si a esto se añade cierto rencor, que puede llegar al odio, se comprenden fenómenos que parecen inexplicables. Ese rencor puede ser individual, pero en ocasiones es resultado de la identificación con fracciones de España que parecen inferiores, y que tampoco lo son. Esa impresión es resultado también de la ignorancia, porque me asombra lo poco que saben de su región los que se consideran "nacionalistas". Por eso, lejos de estar llenos de conocimiento y aprovechamiento creador de las particularidades, son de aterradora pobreza y revelan una visión abstracta y descolorida .

Lo más interesante, y sorprendente, es que los que saben algo, los que se han esforzado por conocer nuestra realidad tantas veces secular, tienen una extraña impresión de continuidad. A medida que se estudian las diversas épocas, incluso aquellas que se habían creído "inferiores", decadentes, estancadas, o afectadas por factores negativos, se descubre una inesperada riqueza .

Parece que la clave es lo que Menéndez Pidal llamaba el "estado latente", el "silencio de los siglos" que se confundía con la nada. Don Ramón se pasó su larguísima vida anunciando que existían realidades que todos negaban; los romances de América, de los sefardíes, de las Filipinas; los textos que tuvieron que preceder a obra tan perfecta como el "Poema del Cid". Y tuvo la ventura de comprobar que era así: romances en todo el ámbito hispánico, las jarchas en romance, a continuación de poesías en hebreo o árabe, que han hecho retroceder un siglo el origen de la literatura en castellano .

Pero esto, referente a los comienzos, se prolonga sin interrupción durante un milenio. Toda la Edad Media, el Renacimiento, los prodigiosos siglos XVI y XVII, el final de este último -la "decadencia" definitiva e irremediable-, el rico y apasionante siglo XVIII, casi desconocido hasta hace cuarenta años, el riquísimo siglo XIX, desventurado en algunos aspectos -como todas las épocas, por lo demás-, el nuestro con atroces episodios, dolores y vaivenes, pero sin interrupción .

Ésta es la clave. El conocimiento de la realidad muestra la continuidad de la vida española y, por supuesto, de su cultura .

Yo me atrevería a decir: sobre todo de su cultura. Porque consiste en eso, en mantener la continuidad. No se interrumpe, ni siquiera en las circunstancias más adversas. Opera, incluso de manera subterránea, cuando la superficie de la vida se agrieta o se rompe .

A lo largo de toda la historia de Europa, de Occidente, se puede comprobar -no me atrevo a opinar sobre mundos remotos y para mí mal conocidos-. Nunca Alemania ha sido más creadora y fecunda que en la época romántica, desde sus comienzos hasta mediados del siglo XIX. Era una "nación" en el sentido histórico y cultural de la palabra, recuérdense los Discursos a la nación alemana (Reden an die deutsche Nation) de Fichte; pero no en sentido político, dividida en cien pequeños Estados, invadida por las tropas napoleónicas. Entra Kant y Hegel y Schelling, desde Goethe y Schiller y Herder y Novalis, con los Humboldt y los Schlegel, con toda la música que se cifra en el nombre de Beethoven, la irradiación de Alemania fue incomparable y duradera. Y lo mismo podría decirse de otros países, otras épocas, otras vicisitudes. La mente humana es resistente, vivaz, irrefrenable. Lo único que puede acabar con ella es su renuncia, su abandono, su envilecimiento, su suicidio .

Las únicas decadencias graves han sido debidas a la desmoralización interna, al descenso profundo de la calidad humana. A veces, por la fragmentación de las grandes unidades sociales e históricas, que han producido anormales "quistes" aislados, con tendencia a la degeneración, como sucedió tras la caída del Imperio Romano .

Y España es un país particularmente resistente, que además ha tenido una conservación dos veces milenaria de su territorio. El gran cataclismo de la invasión islámica, la "pérdida de España", no fue aceptada, y el territorio íntegro permaneció ante los ojos, como un ideal. Hasta su total recuperación .

El último desastre, la guerra civil y sus consecuencias, ha mostrado la capacidad de resistencia. Fue mínimo el número de casos de depresión y renuncia, rarísimos los suicidios. Y la cultura no se interrumpió, en medio de las dificultades, con una continuidad que asombra. Dentro de España, con una fecundidad e independencia que hoy suscita una especie de nostalgia -recuérdese mi artículo de hace más de veinte años, "La vegetación del páramo"-. Y otro tanto en el exilio. en los varios exilios intelectuales, el de 1936 y el de 1939, en medio de otros problemas y dificultades, en continuidad con lo anterior y, de hecho, con lo que se estaba haciendo dentro de España. En 1949 escribí sobre casi todos los escritores importantes, de dentro y de fuera, y lo decisivo es que todos ellos significaban la permanencia de lo que nunca se rompió ni extinguió .

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