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La proporción

Lo que llamo desde hace muchos años el "estado de error", a diferencia de los múltiples errores ocasionales inevitables, es algo excepcionalmente grave, porque perturba la visión de la realidad en su conjunto y hace que se viva en habitual falsedad.

Probablemente esta situación está hoy enormemente difundida, en Europa entera, probablemente en todo el mundo occidental, y sospecho que más aún en otros continentes. Pero no estoy seguro, no podría comprobarlo, y por eso me refiero solamente a España, aunque no creo que sea una excepción.

La información ocupa ahora un puesto incomparable con el que ha tenido en el resto de la historia. Se reciben noticias constantemente, de lo que sucede en cualquier parte del mundo -y de muchas cosas que no suceden-. Todo ello reciente, fresco, sin ese tiempo que permitía cierta sedimentación y, acaso, reflexión. Se lee, se oye, se ve en la televisión el panorama de lo que acontece. Acabo de decir que a veces no acontece, se trata simplemente de invenciones, falsificaciones, burdas deformaciones de la realidad. Pero, prescindiendo de esto, dando por bueno que lo que se recibe sea verdad, el resultado puede ser ese "estado de error", en que tantos millones de personas viven.

¿Por qué? Porque se produce una generalización que olvida algo decisivo: la "proporción" de cada hecho concreto dentro de la realidad total. Se tiene así una imagen de la sociedad que es propia de fracciones de ella, acaso mínimas. Constantemente hay grupos bien organizados que se manifiestan, protestan, hacen declaraciones, consiguen máxima resonancia en los medios de comunicación. Hay que preguntarse cuántos son. La población española anda cerca de los 40 millones; el 99 por ciento de ellos no tienen nada que ver con esos grupos, ninguna semejanza; pero se tiene la impresión de que los españoles "son así".

Se nos acaba de comunicar con solemnidad que medio millón de jóvenes españoles son "analfabetos". A continuación se explica que son 31.000, que los demás son "analfabetos funcionales", oscuro y vago concepto, que quiere decir que leen poco o mal, lo cual es lamentable; pero lo que es válido para unos millares se extiende a enormes grupos, con una combinación de demagogia y abuso de la estadística.

Ésta, que en principio es una valiosa adquisición, se ha convertido en un irresponsable instrumento de deformación. Se dice que tantos miles o millones de personas mueren de una causa determinada. Si se suma lo que se dice, se llega a la conclusión de que los hombres mueren tres o cuatro veces, lo que evidentemente es falso.

La estadística se extiende al futuro, y se nos dice lo que va a pasar dentro de diez años, o cincuenta, con una seguridad pasmosa. Siempre se auguran fieros males. Se va a acabar el agua -que, por cierto, no se destruye, y nunca acabo de entender lo que se quiere decir, y no se explica bien-. Se van a destruir los bosques, y se dan cifras que omiten el volumen de los existentes, y por tanto la proporción. Es posible que disminuyan peligrosamente, pero habría que precisar en qué medida, y hasta qué punto se justifica para acudir a necesidades que al mismo tiempo se presentan como imperiosas.

El origen del hombre se remonta a cientos de miles o millones de años, partiendo del descubrimiento de algunos huesos fósiles de evidente interés, pero que no autorizan a darse por humanos, sin pensar que ello significaría que el hombre se hubiese arrastrado sin lo que nos parecen sus atributos durante el 99 por ciento de su existencia, y hubiera experimentado una inverosímil "aceleración" en los últimos quince o veinte mil años. ¿No sería más probable e inteligible que esa supuesta e inexplicable aceleración fuese precisamente la condición humana? La imagen de nuestra sociedad que muestran los "debates" y "coloquios" de la televisión, lo que se dice como si fuera la realidad, es bastante preocupante. Pero si hacemos algunas cuentas, el aspecto varía. Se trata de unos personajes, casi siempre los mismos, sin duda profesionales, que pueden ser media docena o acaso una veintena; a esto se añade un público "amaestrado" que puede ser de algunos centenares. ¿Qué significa esto dentro de la realidad total? ¿Una millonésima? Claro que se añaden los espectadores que desde sus casas reciben el mensaje.

Tal vez por azar, o porque no hay otra cosa, salvo los anuncios o los deportes. No sabemos lo que opinan, lo que sienten, desde la delicia hasta la repulsión, pasando por el desdén.

Todo eso es real, y hay que contar con ello; pero ¿cuánto es? Y, por tanto, ¿qué significa? Adviértase que el rasgo común de casi todo lo que he nombrado es el "catastrofismo". La imagen del mundo que se proyecta es negativa, desanimadora, amenazadora, en ocasiones nauseabunda. Repito que todo eso existe, es real, hay que tenerlo en cuenta. Pero lo que no puede hacerse es admitir que el mundo es así. En el mundo hay todas esas cosas, y otras muchas más, de las que rarísima vez se habla.

Hay muchos millones de personas cuerdas, razonables, dispuestas a admitir la verdad cuando se les presenta de manera inteligible y con justificación. Personas que llevan una vida con sentido, placentera en medio de las dificultades, decente a pesar de todas las tentaciones y caídas; en suma, que vale la pena, que permite la esperanza, con vínculos de afecto y amor que son lo más importante y valioso.

Gran parte de la humanidad vive mucho mejor que en toda la historia pretérita. Y se vive más tiempo, acaso quince años más que el siglo pasado, y se llega a edades avanzadas incomparablemente mejor.

Hay muchas cosas atroces, inadmisibles, increíblemente dolorosas o repugnantes. Pero son solamente una fracción de la realidad, que es menester delimitar, acotar, investigar, corregir, evitar.

Todo lo que no se hace cuando se proyecta sobre el mundo en su conjunto una imagen desalentadora, una descalificación global que elimina la voluntad de poner remedio a lo que lo reclama.

Hay que preguntarse con algún rigor por qué se hace todo eso, a quién le conviene, qué se persigue con ello. En suma, hay que restablecer la proporción justa en que se dan los ingredientes que componen la figura del mundo.

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