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San Marcos

(Hijo de Prisco y nacido en Roma, se quiere identificar con el personaje que aparece mencionado en la carta de Constantino a san Melquíades encomendándole la solución de la controversia en torno a Ccciliano; en este caso, hay que concluir que se trataba de un clérigo influyente. Coincide con el momento en que se inicia en Oriente la gran polémica en torno al Símbolo de Nicea y en que san Atanasio (295? - 373?), patriarca de Alejandría, es desterrado por el emperador a Tréveris. No tenemos sin embargo noticia de ningún contacto entre él y el obispo de Roma, sin duda porque el pontificado de san Marcos es demasiado breve, o quizá porque aquella contienda en torno a la naturaleza de Cristo que sacudía a las Iglesias orientales tenía poca repercusión en Occidente: aquí el Símbolo de Nicea se aceptaba sin ninguna duda. Un motivo distinto de distanciamiento entre los dos ámbitos, latino y griego, estaba surgiendo. Constantino decidió construir una nueva capital que llevara su nombre, en la antigua Bizancio, no manchada por el martirio y la persecución. De este modo se privaba a Roma de su rango, empujándola poco a poco a una posición marginal. Los obispos de Constantinopla, empujados por el emperador, reclamaron el rango de patriarcas, aunque no podían invocar la fundación apostólica.

Esta disyunción iba a permitir al papa cobrar una progresiva independencia: permanecían en Roma el Senado, de ámbito cada vez más local, y el prefecto referido exclusivamente a la ciudad y su entorno. En ella se albergaba una autoridad universal, la del sucesor de Pedro. Se atribuye a san Marcos la costumbre de enviar el pallium –es decir, la banda orlada de cruces hecha con lana blanca como signo de primacía– a otros obispos como signo de dignidad y de dependencia. El primero de todos fue entregado al obispo de Ostia que, en adelante, tendría la misión de oficiar en la consagración de los papas. San Marcos levantó dos iglesias en Roma, una a su propio nombre, que pronto fue asignada al evangelista san Marcos, y otra a santa Balbina, en la actual vía Ardeatina. La primera de ambas ha quedado subsumida en el actual palacio de Venecia, antigua sede de la embajada de la Serenísima.

Se inició entonces la redacción de las listas de defunción de obispos y de mártires. Roma estaba cobrando conciencia de su propio pasado cristiano.

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