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La insurrección de la mentira

La mentira se ha usado siempre, desde que hay memoria de lo que se ha dicho y ha dejado huellas. Lo frecuente era que se deslizara, casi de puntillas, insidiosamente, y operase en las mentes y en las sociedades. Ha sido, a lo largo de siglos, una de las armas políticas más eficaces y perniciosas. Sería urgente hacer un balance aproximado de sus resultados, y se vería que hay que poner en su cuenta la parte mayor de los desastres que han afligido a la humanidad. He pasado gran parte de mi vida intentando mostrar esto con insistencia, pero no con gran éxito. Creo que era Benavente quien decía que en el teatro había que decir las cosas tres veces para que el público se enterara. En los escritos, probablemente más de tres.

En España, en estos días, estamos asistiendo a una intensificación del uso de la mentira, con una modificación que importa señalar. No es que se intente "deslizarla", con algún disfraz, sino que se la proclama abiertamente, con descaro e insolencia, con amenazas, como si fuera un derecho -rasgo de muchos fenómenos de nuestra época-.

Basta que alguien intente, aunque sea tímidamente y con extremada cortesía, formular o defender la verdad, y aunque sea de máxima evidencia, para que surjan los ataques, las invectivas, los intentos de coacción, las amenazas. ¿Cómo puede nadie atreverse a pedir que los estudiantes sepan quiénes son, dónde viven, en qué época han nacido, de qué pueden disponer para vivir como personas civilizadas? ¿Puede tolerarse que se pretenda enseñar lo que constituye el torso de la cultura universal, la figura del mundo, en vez de refugiarse en algún reducto particular, de preferencia inexistente? ¿Cabe mayor impertinencia que confiar en que los españoles puedan tener una idea aceptable de lo que ha sido y es España entera, con todas sus partes y miembros, en vez de atenerse a una fantasmagoría inventada para falsificar la realidad de una partícula? Se encuentra intolerable que las personas humanas conozcan lo que se llama por antonomasia Humanidades, las disciplinas de lo humano, aquellas en que se encuentran nuestras raíces y permiten entendernos, las que nutren nuestra civilización y nos permiten proyectarnos hacia un futuro propio.

Hay que preguntarse quién ataca todo esto, quién se moviliza para esa concertada insurrección de la mentira. Individuos que se llaman "portavoces" de minorías, tal vez exiguas, que a su vez se atribuyen la representación de sociedades mucho más amplias, que no se atreven a afirmarse y hacer valer sus propias convicciones, preferencias y voluntades. He hablado a veces de "la opresión de las mayorías por las minorías", que es uno de los factores más curiosos de nuestro tiempo; lo contrario ha sido frecuente; el cambio actual se debe a dos elementos decisivos: la organización y el uso de los medios de comunicación.

Se pueden leer o ver innumerables manifestaciones contrarias a la pretensión de que los estudiantes conozcan aceptablemente la realidad; pero sin duda la inmensa mayoría de los españoles encuentra ese propósito excelente, y lo único que podrían echar de menos es que no esté ya realizado, y acaso con mayor amplitud y energía. Unos hablan -o gritan- y otros callan. El resultado es una falsificación más, otra mentira que se añade a las que nos agobian.

A veces se hacen cálculos que pueden ser erróneos; nada más peligroso. Se piensa que conviene complacer a algunos; pero ¿a costa de enajenar, lastimar u ofender a muchos más? Si se hacen cuentas -en muchos asuntos es mejor, acaso necesario, no hacerlas, así en cuestiones de amistad o amor, y me pregunto si la política digna de este nombre no tiene esencialmente que ver con esto-, si se hacen cuentas, repito, es imperativo hacerlas bien. Las grandes quiebras se deben, más que a la ausencia de cuentas, a sus errores. La historia sirve, entre otras cosas mayores, para escarmentar en cabeza ajena, quiero decir pretérita, aunque sea propia y se estén pagando las consecuencias.

Es de la mayor urgencia que se lleve a cabo una general afirmación y reivindicación de la verdad. Es un problema universal, no nos engañemos; está afectando muy directamente a la organización de Europa, a la apremiante y difícil incorporación de su porción oriental -que ha sido durante decenios el imperio sin límites de la mentira, que rebrota a cada instante con diversas máscaras-. No es fácil, pero sí posible, plantear esta cuestión a su inmensa escala efectiva. Se rehuye pensar qué se puede hacer en África o en grandes porciones de Asia y en algunas de Europa. Ni siquiera se admite la posibilidad de que se llegue a la conclusión de que en algunos casos no se puede hacer nada, a no ser "hacer que se hace" y empeorar las cosas.

Si nos limitamos a España, son más sencillas y menos graves. Creo percibir en la sociedad española un callado afán de verdad. Podría documentarlo, pero prefiero no hacerlo. Es curioso que ninguno de sus síntomas se hace constar, se recoge o comenta, con lo cual los que sienten ese afán creen que están solos, que son solamente unos cuantos, acaso una rareza. Lo que se muestra es rigurosamente lo contrario, y son muchos los que creen que "las cosas son así", y se resignan a ocultar su extraña "excepción".

Creo que España consiste en un riquísimo repertorio de posibilidades, apoyadas en uno de los pasados más interesantes y creadores de la historia, con no pocos errores que son una riqueza más, porque nos pueden evitar repetirlos o cometer otros semejantes. Hay que poseer todo eso, en su variedad, en la multiplicidad de sus posibles trayectorias distintas y convergentes. Conocer las aportaciones de muchos siglos, y por supuesto del que va a terminar, al conocimiento de la realidad, a su recreación literaria y artística, a su interpretación intelectual, y no quedarse en ello, que es sólo una fracción de la cultura "propia", que es la europea y hoy la occidental sin restricción.

En este momento no hay en España problemas que sean insolubles -existen, y hay que contar con ellos-, ni siquiera verdaderamente graves. Son los que se presentan a toda sociedad, aun en sus mejores momentos. Temo que se están desperdiciando algunas de las fantásticas posibilidades con que se soñaba hace veinte años, y que en su porción esencial se han realizado. Hemos padecido errores "innecesarios" -es lo peor que se puede decir de ellos-, que nos hacen estar hoy por debajo de donde deberíamos estar. El horizonte está abierto. Somos dueños de nuestro destino, a pesar de pasajeras renuncias.

Lo único necesario es una torsión hacia la verdad, una voluntad firme de no aceptar la mentira ni rendirse a ella, ni siquiera dejarse manchar y perturbar por su influjo. Sería imperdonable que dejáramos escapar la oportunidad de llevar a España a la perfección que está al alcance de su mano; quiero decir de las nuestras.

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