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Transparencia

Hay una experiencia radical, que es dada a algunas personas, en diferentes grados y modos, y que me parece decisiva; por su carácter íntimo y, si vale la expresión, recóndito, no es frecuente que se repare en ella, y son muy pocos los que podrían advertir en qué medida participan de ella. Es lo que podría llamarse "vivir en transparencia" con algunas personas.

Es una experiencia que en sus formas plenas tiene que ser recíproca. Consiste en que uno pueda abrirse a otra persona, descubrir su verdad, sin ocultamientos, sin temor a descubrir nada que no se quiera compartir; y al mismo tiempo penetrar en la intimidad de la otra persona, igualmente abierta, sentir que se toca el fondo de su realidad, que se sabe "quién" es, se alcanza a convivir con el fondo mismo de ese "tú" como tal. Es la forma suprema de esa realidad vista casi siempre trivialmente: la "confianza" que se articula en una doble versión: confianza "en" alguien y confianza "con" ese alguien.

Uno de los más grandes privilegios de mi vida, acaso el mayor, ha sido gozar durante la mayor parte de ella de esa experiencia en un grado infrecuente, de asombrosa plenitud. Creo que esto ha condicionado en sus más profundos estratos la contextura de mi vida, y ha sido el factor decisivo de la figura de todas sus trayectorias.

Pero hay también lo que podríamos llamar las formas "parciales" de esa transparencia. La vida tiene múltiples dimensiones, y la convivencia puede afectar a algunas de ellas, sin llegar a su conjunto sistem tico -la vida, si es auténtica, es siempre sistema-, al último centro; con una condición: la fidelidad a él, la exclusión de toda traición a ese fondo insobornable en que cada uno consiste.

Esta variedad de transparencia es preciosa, y puede afectar a varias relaciones de convivencia: la amistad, la estimación, la colaboración intelectual, la relación entre maestros y discípulos, entre padres e hijos, cuyo mayor escollo es la dificultad de la plena transparencia de que he partido, por ser su forma saturada, la que permite entender todas sus demás formas.

La primera -no nos engañemos- es sumamente infrecuente; sería apasionante rastrear, en los testimonios vitales que han dejado algunas personas, por ejemplo en las obras que han legado, si la han poseído, y con quién, y durante cuánto tiempo, porque es sumamente improbable que se extienda a lo largo de toda una vida -mejor dicho, de dos vidas-.

Esta transparencia, en sus diversas formas, en sus varios grados, es condición de la autenticidad y da su medida. De vez en cuando, en la experiencia real o en la virtual de los desconocidos o pretéritos a través de su obra, se tropieza con ella, o con su ausencia, y es lo que permite un conocimiento más profundo de nuestros prójimos.

Uno de los hechos capitales que configuran nuestras vidas es la variación de esas transparencias. Se llega a ellas en cierto momento biográfico, a cierto nivel, casi siempre con intervención del azar. La pluralidad de esas transparencias y las diversas facetas de las vidas en que acontecen determina en enorme proporción lo que son las vidas implicadas. A veces la transparencia es transitoria; por el paso del tiempo, por alguna perturbación exterior, se enturbia o desaparece. La muerte es un factor decisivo: la de la persona respecto de la cual hemos vivido en transparencia nos causa una mutilación, la obturación de una de las ventanas de nuestra personalidad. A lo largo de los años, sobre todo si nuestra vida se prolonga, se van acumulando estas amputaciones, que pueden dar al traste con el equilibrio vital y son la causa principal del envejecimiento biográfico, no ya físico o psíquico.

Cuando la muerte afecta a una transparencia plena y global, es lo más radical que puede sobrevenir a una biografía, su alteración radical, lo que puede llevar a una alteración tan profunda, que haga problemática la continuidad de la persona.

Una posibilidad de incomparable valor e importancia es la de establecer, a diversos niveles de la vida, modos transparentes de convivencia. Si esa posibilidad existe, revela un fondo de juventud, la conservación de cierta elasticidad vital, la capacidad de innovar, la apertura al futuro.

La desaparición o ruptura de una transparencia total y plena es de difícil, casi imposible recuperación. Mejor dicho, no se trata de recuperación, sino de aparición o descubrimiento de algo en que renazca una transparencia comparable tal vez en diafanidad, no en contenido, en configuración de las dimensiones de la vida, en el nivel de las trayectorias biográficas.

En todos los órdenes, la transparencia requiere una creencia en su posibilidad; el hermetismo propio la excluye y hace sumamente improbable su existencia. En asuntos intelectuales, cierta porosidad, unida a la curiosidad, son requisitos inexcusables; el que se enquista en una posición determinada y no ve nada fuera de ella, difícilmente se abrir a nadie que tenga otra distinta, y aun dentro de la misma estar dominado por un espíritu de bandería que es precisamente lo contrario de la transparencia. La historia está llena de "filiaciones" ideológicas que suelen terminar en implacables hostilidades dentro de lo que originariamente fue una escuela cerrada e intransigente. Algo parecido sucede con las estrechas identificaciones dentro de los partidos políticos de férrea disciplina, con gran frecuencia caracterizados por escisiones que se convierten en insuperables enemistades.

Esto nos lleva a descubrir un rasgo necesario en las formas verdaderas de transparencia: la complacencia en la otra persona, que incluye sus diferencias. La transparencia mutua se manifiesta, se impone, más allá de toda voluntad. Produce una complacencia, acaso la más profunda de todas, porque no se refiere a las cualidades o valores de otra persona, sino a su más honda e íntima realidad.

Se descubre al "semejante" en el sentido más radical de la palabra: la persona semejante como persona, por muchas que sean las diferencias. En rigor, no a pesar de ellas, sino más bien por ellas. Esta es la razón de que sea la forma máxima de transparencia la que puede existir entre hombre y mujer, allí donde la diversidad actúa de manera intrínseca y con toda su fuerza. En ella se encuentra una común vocación de transparencia, que exige y a la vez hace posible la recíproca comunicación. Entonces es cuando se realiza la experiencia del otro, no en la superficie sino hasta el mismo fondo, la contemplación evidente de aquello en que consiste la misteriosa condición de la persona.

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