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Bonald y el tradicionalismo

Como tantos teóricos de la tradición e ideólogos contrarrevolucionarios, Louis de Bonald (1754-1840) cayó en el olvido durante casi un siglo, por lo que en la actualidad su nombre parece haber quedado tan solo como una referencia más de la mentalidad reaccionaria emergida en el transcurso de la Revolución Francesa.

Ante una información tan parca y superficial, no es de sorprender que Bonald siga siendo para muchos un perfecto desconocido y que su obra permanezca todavía en el pozo del olvido. Pero este estado de cosas sirve, una vez más, para poner de manifiesto que la desmemoria es siempre causa de discontinuidades cronológicas y de lagunas en el tiempo. La perspectiva que nos da el paso de los años, ha llevado a recuperar muchos textos perdidos que han resultado de gran ayuda para llenar estos vacíos históricos y poder comprender mejor una determinada línea de pensamiento que aporta más coherencia a los hechos ocurridos entre 1789 y 1799, contexto en el que nuestro personaje adquiere una nueva dimensión.

Louis Gabriel Ambroise, Vizconde de Bonald, perteneció a uno de los linajes más antiguos de Rouergue. Había nacido en el castillo de Mouna, cerca de Millau, el 29 de octubre de 1754 y, como correspondía a su rango, fue educado siguiendo los requisitos del antiguo régimen, ingresando muy joven en el cuerpo de Mosqueteros del Rey, donde sentó plaza hasta su supresión en 1776. Regresó entonces a Millau y al cabo de poco tiempo contrajo nupcias con Mlle. Guibal de Combescure.

Ningún interés había manifestado por las letras ni por la política hasta el momento en que fue elegido alcalde de Millau, en 1787, cargo que seguía ocupando al estallar la revolución. Bonald se mostró al principio favorable a los planteamientos presentados en los Estados Generales de 1789, sobre todo por lo que podían representar los cambios sociales y la aportación de mejoras al país, asumiendo incluso el hecho de que este nuevo orden significaría ir en detrimento de los privilegios de la nobleza a la que él mismo pertenecía.

El año siguiente fue nombrado presidente de la administración central del Département de Rouergue, pero debido al cariz que iban tomando los acontecimientos, perdió el entusiasmo de los primeros días de la revolución y no tardó en tomar la decisión de dejar el país para alistarse en el ejército del Príncipe de Condé, que se encontraba por entonces en Heidelberg preparando una ofensiva realista para frenar la expansión revolucionaria desde el otro lado del Rhin.

Habiéndose establecido en Constanza, Bonald toma la pluma por primera vez y escribe lo que habría de ser su obra más relevante, la cual titula Teoría del poder político y religioso dentro de la sociedad civil, demostrada por el razonamiento de la historia. El libro es publicado en 1796, pero como obra anónima. No obstante haber visto la luz esta publicación después del golpe de estado de Termidor, por temor a represalias, o tal vez debido a su propia inseguridad como escritor y ensayista, Bonald prefirió mantener su nombre en la sombra, refugiándose en el anonimato. Pero, como era previsible por su contenido, el Directorio declara la obra subversiva y secuestra las copias.

Cabe observar que la Teoría del poder político y religioso parece haberse escrito como si se tratara de un vivo deseo de expresarse libremente y de poder manifestar un punto de vista propio ante los acontecimientos que el autor estaba viviendo. La lectura del libro nos presenta a un Bonald humanista e ilustrado, que hace una interpretación de los hechos ocurridos en Francia asimilándolos a simples accidentes provocados por las pasiones humanas. Considera, pues, la convulsión revolucionaria simplemente como una agresión al orden natural y cree que todo desaparecerá cuando las pasiones se hayan desvanecido y pueda volver a imperar la razón. Bonald trata estos acontecimientos aplicando una visión global y generalizada que tiene más de criterio filosófico que de instrumento político, lo que pone de manifiesto que más que actuar como árbitro de la situación, su voluntad fue la de transmitir una verdad universal.

Más tarde, en la época del Consulado, escribe Du divorce (1801) y regresa a Francia para colaborar con Chateaubriand en la redacción del Mercure, publicación de tendencia católica y monárquica. Con el renacimiento de las facciones realistas durante los años del Imperio, su prestigio intelectual va en aumento y en 1808 es nombrado consejero de la universidad con el reconocimiento del propio Napoleón. No obstante, su fuerte apego a la monarquía borbónica le impide manifestar cualquier simpatía hacia el Emperador, por lo que declina la aceptación que se le ofrece como preceptor del hijo de Luís Bonaparte, entonces rey de Holanda, o incluso del Rey de Roma, heredero de Napoleón.

A la caída del Imperio, Bonald apoya la restauración de los Borbones y es recompensado siendo designado miembro de la Académie Française. Entre 1815 y 1822 es diputado por el Aveyron y en 1823 llega a Par de Francia. Durante estos años toma parte del mundo de la política y la situación le brinda poner de manifiesto sus cualidades oratorias, manifestándose en todo momento como un gran defensor de los principios del catolicismo. Su actitud en contra del divorcio le llevará a presentar al Parlamento una ley para su prohibición, lo que no le impide colaborar, por el contrario, en otros aspectos considerados entonces como progresistas, como fue la Ley de Libertad de Prensa de 1822. En este período escribe Réflexions sur l´intérêt général de l´Europe en 1817, una obra de referencia para el estudio de la situación de Francia y de Europa en el momento de la restauración de los Borbones en la persona de Luís XVIII.

Pero con la revolución de 1830 las cosas vuelven a cambiar y Bonald ya no puede aceptar la nueva situación, por lo que renuncia a su cargo en la Cámara Alta, retirándose de la vida política y regresando a sus posesiones de Rouergue para residir nuevamente en el castillo de Moulna, donde tuvo lugar su fallecimiento en 1840.

Si con un rasgo tuviera que definirse la personalidad de Louis de Bonald, sin lugar a dudas sería éste la honestidad, puesto que toda su vida fue fiel reflejo de sus ideas. La línea básica en la que puede vertebrarse el pensamiento de Bonald es el tradicionalismo o filosofía de la revelación, ideología que en muchos aspectos comparte con otros teóricos de la contrarrevolución, en especial con Joseph de Maistre quién, a pesar de algunas inevitables discrepancias, no pudo resistir comentarle: ''Je n´ai rien pensé que vous n´ayez écrit, je n´ai rien écrit que vous ne l´ayez pensé''.

La teoría del tradicionalismo admite en el hombre la facultad de pensar, pero partiendo del principio de que el hombre piensa su palabra antes de proferir sus ideas. En consecuencia, la palabra es al pensamiento lo que el cuerpo es al alma. El lenguaje, por lo tanto, no puede ser una facultad natural sino una gracia concedida por Dios al hombre. Asimismo escribe Bonald que el hombre no podría haber inventado un sistema de signos sin la facultad de pensar, ni tampoco pensar sin disponer previamente de un sistema de signos o de palabras. Por ello, habiendo sido creado el hombre como ser social, Dios le da el instrumento necesario para poder establecer y desarrollar las relaciones sociales. Bonald sitúa por tanto su discurso en la esfera de la comunicación y en el origen del lenguaje.

Partiendo de este razonamiento elabora un sistema filosófico estructurado a través de ''causa'', ''medio'' y ''efecto'' como principios constitutivos del orden general. De forma paralela, la correlación puede traducirse en ''Dios'', ''movimiento'' y ''cuerpos'', o en el ámbito de la constitución familiar, en ''padre'', ''madre'' e ''hijo'', y en el régimen social en ''gobierno'', ''empleado'' y ''súbdito''. Según este esquema, la legislación social derivaría su fuerza de Dios como autoridad última y suprema, razón por la que la que puede decirse que la sociedad emana también de Dios, al igual que todo lo natural.

Pero cae Bonald en un error filosófico puesto que el tradicionalismo absoluto es insuficiente para explicar nuestros conocimientos. Si la palabra es expresión del pensamiento, ello infiere necesariamente la noción de idea en el parlante. Por lo tanto la palabra que emite este parlante no puede por sí sola engendrar idea alguna en el oyente. El fenómeno de la polisemia sería prueba de ello puesto que dentro de una misma lengua una palabra puede designar cosas distintas. Por el contrario, la existencia de la sinonimia desmonta también los criterios genético-lingüísticos de Bonald, ya que en diferentes lenguas -o incluso dentro de una misma- una cosa en particular puede ser designada utilizando distintas palabras. En consecuencia, la palabra es solo un signo arbitrario del pensamiento, argumento que conduce a demostrar que el conocimiento intelectual nunca puede depender de una causa arbitraria.

A pesar de haber tenido su pensamiento importante repercusión en otros autores (Reynaud, Rivarol, Ferrand, etc), a menudo ha sido criticado Bonald por su estilo poco divulgativo. Tal vez esta haya sido una de las razones por la que sus escritos no hayan llegado a tener la difusión de las de otros autores, como Chateaubriand o el mismo Maistre. Cierto es que Bonald insiste en crear con frecuencia neologismos oscuros que no ayudan en nada a la interpretación, aspecto que acerca más su discurso a una reflexión en privado que a un texto con intención divulgativa, pensado en captar la atención del público lector. Siguiendo la tónica común de muchos ensayistas de la época, su estilo tiende a la reiteración, aproximándose, como comenta Colette Capitan, a la mentalidad de un geómetra.

Pero no por ello deja de ser Bonald un autor influyente. Cabe observar que la relativa oscuridad de su escritura de ningún modo puede tomarse como una característica en exclusividad, pues autores como Schelling o el propio Kant no son ninguna maravilla literaria. En todo caso parece que Bonald fue uno de los autores que más influencia tuvieron en la obra de Jaume Balmes, entre sus contemporáneos. Así, entre los textos balmesianos, tal vez la Filosofía fundamental sea el que más influencia se detecta de Bonald.

En síntesis, las tres bases en que Bonald fundamenta su doctrina son: el poder único, la religión pública y las distinciones sociales. Cualquier sociedad se define por estos rasgos y él mismo, como miembro de la sociedad, se toma como símbolo para construir su teoría política y social. En un principio había Dios y los hombres. Sin embargo el individuo nunca ha existido por sí mismo, por lo tanto el concepto de sociedad emana de Dios y solamente su sumisión a la voluntad divina puede garantizarle independencia y libertad. Igualmente el poder que ejerce el hombre procede de Dios. El hombre ejerce poder en el seno de la sociedad doméstica, la cual está sujeta a la sociedad civil. Del mismo modo, tanto el noble como el clérigo no son más que agentes del poder general, de la misma manera que el monarca lo es del divino. Por lo tanto, dentro de la sociedad cada cual tiene el lugar que le corresponde y nadie tiene porque envidiar a nadie. A todo el mundo le es encomendado un determinado rol, por lo que todo el mundo es necesario a la sociedad, desde el monarca al campesino, desde el noble al plebeyo. En este sentido Bonald aparece como el primer teórico de un sistema social que August Comte denominará ''sociología del orden''. No obstante nunca sobrepasa Bonald el plano teórico, por lo que no considera los cambios sociales y económicos introducidos con la revolución industrial. Precisamente éste será el punto débil de su sistema y la razón por la que su obra haya sido considerada simplemente como un tratado contrarrevolucionario y no como una teoría innovadora para conjugar la monarquía con las libertades del individuo. En consecuencia, más que una declaración de los derechos del hombre su obra se convierte en una declaración de los deberes del hombre. Bonald proclama así la libertad a través de un orden, y es precisamente este orden lo que rompe la revolución, en la que entrevé una influencia directa de la reforma protestante a través del Contrato Social de Rousseau.

En todo caso Bonald trata de advertir de los peligros de la democracia y del inherente deseo de poder en el hombre, aspectos que conllevan la posibilidad de crear aberraciones. En este sentido su discurso se avanza al mundo actual y se aproxima al que hará Alexis de Tocqueville desde el liberalismo. Bonald denuncia el juego oculto de los grupos de presión, así como la política de intereses. En una postura próxima a Hobbes denuncia también el apego excesivo a las cosas materiales y la construcción de un aparato burocrático que acabará convirtiéndose en instrumento de opresión y en amenaza para la sociedad. Por ello insiste Bonald en que es preciso hablar más de orden que de progreso.

El orden del mundo impone la libre sumisión a una autoridad superior, única e indivisible. Por el contrario el desorden viene de la división, del reparto y del derecho a decidir, aspectos contrarios a la tradición. La fuerza únicamente puede proceder del orden estable, que a nivel estatal es competencia de la administración, denuncia de una amenaza que curiosamente y desde una postura diametralmente opuesta, igualmente se desprende de los discursos radicales del jacobino Saint-Just.

Mientras que la Teoría del poder político y religioso fue considerada durante años como un auténtico manual para los realistas que preparaban la restauración borbónica entre 1814 y 1815, sus enemigos políticos, y debido sobre todo a su carácter anónimo, consideraron la obra como un enorme libelo reaccionario, concebido para denunciar determinadas situaciones en el curso de la revolución.

Pero como decía Bonald, la solución de los males no está en un gobierno liberal, sabio o enérgico, ni tampoco en una monarquía con falta de talento. Está precisamente en la consciencia del pueblo. A pesar de haber quedado casi olvidado en la sombra, Bonald sigue teniendo razón.

Bibliografía recomendada:

Louis Gabriel Ambroise de Bonald. Teoría del poder político y religioso. Tecnos. Madrid.1988

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