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La provocación y la impostura

Un grupo autodenominado «Recuperación de la Memoria Histórica», muy jaleado en los medios políticos y de comunicación, lleva años desenterrando restos de fusilados durante la guerra civil. En principio está bien, en cuanto ayude a los deudos de dichas personas que quieran recobrar los restos. Pero en realidad se trata de un simple pretexto. Ya el pomposo título que se arrogan, «recuperar la memoria histórica», nada menos, pregona el fraude. Sólo una parte mínima de la memoria histórica puede encerrarse en esos huesos. Y aun esa mínima parte es falseada por ese grupo, pues intenta transmitir una imagen de «buenos y honrados republicanos asesinados por los malvados franquistas o fascistas», olvidando por completo a los derechistas asesinados por los supuestos republicanos (en la guerra hubo poquísimos republicanos. La mayoría eran anarquistas, socialistas y comunistas, que precisamente habían llevado a la república a la ruina). Olvidando también a los izquierdistas asesinados por las propias izquierdas, en las reyertas producidas entre ellas. Hay un cinismo increíble en la pretensión de que con ello aspiran a la reconciliación. ¿Cómo podría reconciliar una visión tan parcial y fraudulenta como la que difunden? Pretensión, por otra parte, oficiosa e innecesaria, pues salvo algunos fanáticos irreductibles, hoy día todo el mundo está reconciliado en España, y la inmensa mayoría aspira a conocer la historia como pasado, sin la emocionalidad turbia que le infunden esos «recuperadores». Si realmente quisieran la reconciliación, tendrían que decir: «Desenterramos los huesos de personas asesinadas en una contienda fratricida, en la que ambos bandos cometieron atrocidades a causa de un clima de odios que no debemos permitir que se repita». Pero es justamente lo contrario. Se dedican a un macabro juego político, utilizando los cadáveres para recuperar las emociones malsanas que llevaron a aquellos sucesos. Además, para servir realmente a la historia, el grupo de marras tendría que añadir: «Aquel clima de odios fue impulsado deliberadamente por políticos y partidos que se rebelaron, en octubre de 1934, contra un gobierno democráticamente elegido, y en 1936 intentaron, desde el poder y desde fuera de él, aplastar a la derecha, motivando la sublevación derechista de julio del 36. Esos partidos se odiaban tanto entre sí que, a su vez, se persiguieron ensañadamente unos a otros, hasta el extremo de provocar dos guerras civiles entre ellas, dentro de la guerra general». Estas cosas, nunca señaladas por los recuperadores, son la pura verdad, y es bueno que los jóvenes la vayan conociendo. Como para llevar adelante su lamentable falseamiento de la historia se han amparado en la labor aparentemente humanitaria de desenterrar los cadáveres, casi nadie les ha replicado aun como es debido, y el resultado es que van cada vez más lejos en sus ejercicios de la hipocresía y el cinismo.

Ahora acaban de mandar a los obispos una nota de desvergüenza asombrosa, con la que hacen la máxima publicidad en los medios. Los que intentan imponer una versión histórica incompatible con los datos y los documentos, pretenden exaltar a las víctimas de un lado y vejar y dejar en el olvido a las del contrario, exigiendo que el recuerdo de ellas, mantenido en algunas iglesias, desaparezca. Pretenden que la Iglesia, que sufrió la mayor y más sangrienta persecución religiosa de la Historia, pida perdón a sus martirizadores, cuyos herederos ideológicos, casualmente, ¿no se arrepienten de nada! Quienes se identifican con los que colaboraron con Stalin, a quien entregaron de lleno el destino de su régimen, que habría sido el destino de España si hubieran llegado a triunfar, exigen que la Iglesia pida perdón por haber colaborado con quienes la salvaron del exterminio. La reacción de los obispos a estos recuperadores del odio y falseadores de la Historia está siendo ciertamente inadecuada. La verdad debe ser defendida con claridad y firmeza, porque es la única base posible de la reconciliación. No lo es, en cambio, permitir ambigüedades y hacer concesiones a la falsificación sistemática de nuestro pasado, que tanto ha envenenado, por ejemplo, a muchas personas de mi generación.

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