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Robert Schuman, Cuarenta Años Después

El cuadragésimo aniversario de la muerte de una de las personas a la que más merecidamente conviene el nombre de «padre de Europa» -Robert Schuman- ha pasado un tanto inadvertido a la opinión pública española. En efecto, aunque nuestro sentimiento europeo esté creciendo paulatinamente, lo cierto es que los artífices de lo que hoy llamamos Unión Europea (Konrad Adenauer, Robert Schuman, Jean Monnet, Alcide De Gasperi), no nacieron en nuestra piel de toro. Esto explica que no sintamos por ellos la estima y el afecto de que gozan en países vecinos. España está pagando a un precio muy alto el no haberse subido al tren de Europa en la estación de salida, sino tan sólo después de muchos kilómetros y horas de viaje. Con todo, el tiempo corre a nuestro favor.

Sirvan, pues, estas palabras de homenaje a ese auténtico demócrata e infatigable paladín de la construcción de Europa, primer Presidente del Parlamento Europeo -entonces Asamblea Parlamentaria- cuya vida y pensamiento pueden arrojar bastante luz en estos momentos en que se está debatiendo nuestra constitución europea en el marco de un nuevo orden global.

Digo vida y no sólo pensamiento porque en ocasiones éste no es sino un fruto maduro de aquélla. Tantas veces no es una persona la que pasa por la historia sino la historia la que se encarna en una persona. Ésta es realmente la más genuina figura histórica pues con su actuación «hace historia» cambiando el rumbo de la Humanidad. El siglo que acabamos de cerrar ha sido, en este sentido, paradigmático.

En el corazón del bayonés René Cassin (1887-1976), por ejemplo, quedó literalmente grabada a fuego una terrorífica experiencia personal durante la Guerra Europea, en la que sirvió al ejército francés. Tras ser gravemente herido en el frente, en octubre de 1914, por una metralleta alemana, desahuciado y abandonado, fue llevado, por fin, al cabo de dos interminables días, a un hospital de campaña donde por fortuna su madre enfermera logró convencer a los médicos para que operaran ese cuerpo cadavérico, que consiguieron reanimar. Más de treinta años después, Cassin se convirtió en el principal redactor de la Declaración Universal de Derechos humanos de 1948, que le hizo merecedor del Premio Nobel de la Paz en 1968. Algo similar se puede decir de Juan Pablo II -alcanzado por una peligrosísima bala asesina aquel fatídico 13 de mayo de 1981- en relación con la caída del muro de Berlín.

Una experiencia personal condicionó también la vida y el pensamiento del pequeño Schuman: vivir «entre fronteras». Robert Schuman siempre consideró éstas más una artificial limitación de la libertad impuesta por un nacionalismo exacerbado que un medio de defensa de la seguridad de un Estado. Como hijo de lorenés y luxemburguesa, cuya familia huyó de Lorena cuando se anexionó ésta al Reich alemán, como buen conocedor de las lenguas que se hablaban a los dos lados de la frontera -el francés y el alemán- como persona de cabeza alemana y corazón francés, como soldado que fue, movilizado por el ejército alemán, en la Guerra Europea que devolvió a Francia Alsacia y Lorena, como fugitivo del terror nazi, del que consiguió evadirse tras ser arrestado por la Gestapo en 1942, Robert Schuman no pudo por menos de emplear toda su fuerza vital, que en ocasiones era arrolladora, para lograr la paz y la solidaridad de una Europa asolada por dos guerras, que era necesario reconstruir desde las cenizas.

La frase que abre su Declaración de 9 de mayo de 1950, actual día de Europa -fundamento del tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951)-, parece escrita con letras de sangre: «La paz mundial no podrá salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan». Éste es precisamente el mensaje que nos propone Schuman en este tiempo en que la paz del orbe vuelve a estar en peligro -amenazada por el terrorismo internacional- como lo estuvo cuando el entonces Ministro de Asuntos Exteriores francés pronunció estas palabras en el Gran Salón del Reloj del Quai d´Orsay.

Estos «esfuerzos creadores» («efforts créateurs», en el texto original) a que se refiere Schuman nada tienen que ver con la imposición de unas ideas -por muy democráticas que sean- con la fuerza de las armas (no olvidemos que el que roba al ladrón es también ladrón), sino más bien con la construcción de un nuevo orden mundial basado en la solidaridad de los pueblos en el que Europa, por su cultura y tradición irrenunciables, está llamada a desempeñar una función primordial.

De esa misión de Europa en el concierto de las naciones dejó Schuman unas bellísimas páginas escritas en ese pequeño gran libro, de obligada lectura, que es Pour l´Europe, que preparó durante los últimos años de su vida y que vio la luz poco después de su muerte.

Robert Schuman nació en el llamado siglo de las libertades, desarrolló su actividad más fecunda en la centuria de la igualdad. Su pensamiento, sin embargo, ha superado las barreras del tiempo y del espacio y se ha proyectado con una especial intensidad en este apasionante recién estrenado siglo de la solidaridad.

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