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Concordia y Libertad

Dos palabras, «concordia» y «libertad», condensan el sentido y el valor de la Constitución de 1978. Nació de la concordia y para la libertad. Sello jurídico de la reconciliación nacional de los españoles. Sin concordia la sociedad no existe y se abre el camino hacia la lucha civil. Sin libertad, al menos sin el sentimiento de ser libre, una sociedad se asemeja a un rebaño. Ni panacea ni tabú, sigue siendo hoy garantía de libertad y de concordia. Sus enemigos son los enemigos de éstas.

Tres aspectos podrían hoy recordarse: su naturaleza, sus éxitos y las amenazas que pesan sobre ella. De lo primero, ya queda dicho en el párrafo anterior lo que me parece fundamental. Si acaso, cabría añadir que el régimen político que establece es la democracia liberal, bajo la forma de la Monarquía parlamentaria. Y conviene no olvidar que el adjetivo «liberal» denota la garantía de los derechos de las personas (no de los colectivos, grupos o etnias), la limitación del poder (por muy democrático que sea ha de estar limitado) y la idea del ejercicio del poder en nombre y representación del pueblo (no el poder ejercido directamente por él).

Sus éxitos o, quizá, para ser más exacto, del espíritu de concordia y libertad que condujo a ella, son tan patentes que no es necesario detallarlos. Los últimos veinticinco años, con todos sus errores y deficiencias, componen el período más justo, estable y próspero de la historia contemporánea de España. La libertad política no produce inestabilidad. Por el contrario, sólo la libertad produce verdadera, no ficticia, estabilidad.

Y las amenazas. Son, si no me equivoco, dos: el nacionalismo separatista y el odio revanchista de un sector de la izquierda radical que, al parecer, identifica la reconciliación con la imposición de sus tesis, con aroma de naftalina y alcanfor, y el ejercicio de la memoria maniquea y selectiva. La democracia no es el triunfo del antifranquismo sino la superación del franquismo. Entre otras cosas, porque muchos antifranquistas, acaso la mayoría, no fueron demócratas. Pero la mayor amenaza no procede de estos reaccionarios nostálgicos sino del separatismo nacionalista. Cualquier opción por aberrante que sea puede ser defendida si se hace dentro de los límites del respeto a la Constitución. Ésta prevé incluso la reforma total. Lo malo de la actitud sediciosa del Gobierno regional vasco no es que aspire a la reforma de la Constitución o del Estatuto; es que pretende romper la Constitución por vía inconstitucional. Medios y fines coinciden, una vez más. No sólo es que quieran destruirla; quieren hacerlo también con los principios que la sirven de fundamento: la soberanía reside en el pueblo español y la Constitución se fundamenta en la unidad de España y no al revés.

Alterar el sujeto de la soberanía entraña un acto de sedición. Y es que algunas de las defensas que se hacen de la Constitución me parecen algo acomplejadas. No es sólo ella la que debe ser defendida. Por encima de la Constitución se encuentra la unidad de España, porque es ésta la que fundamenta y da sentido a aquélla. Por más que se les llene a muchos la boca con la expresión «la España plural», el sustantivo «España» proclama su superioridad sobre el adjetivo «plural». Por muy plural que sea, y no lo es tanto como se dice (basta viajar y alejarse un poco), es también y antes «una». La Constitución cumple veinticinco años. Ojalá cumpla siglos. Pero España tiene ya más de veinte siglos. Defender la Constitución es defender, al menos, tres cosas: la concordia, la libertad y la unidad de España.

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