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La historia como religión

«A veces no puedo sacudirme la impresión de que, para muchos, la fe en la historia ha ocupado el lugar de la a punto de desaparecer fe en el más allá. De que la creencia en la historia se ha convertido en una religión del más acá», escribió Sebastián Haffner en uno de sus más penetrantes ensayos, Was ist eingentlich Geschichte? (¿Qué es realmente historia?). Y, en efecto, la historia está desplazando a la religión en muchas comunidades humanas. Es ella la que está dando sentido a la vida y respuestas a preguntas como por qué y para qué estamos aquí, qué debemos hacer y cómo justificamos nuestra existencia, preguntas que antes respondía la religión.

Siendo esto malo, ya que la historia, como ciencia humana, nunca podrá asumir un papel sobrenatural, no es eso lo peor. Lo peor es que esa historia que viene a sustituir a la religión ni siquiera es verdadera historia. Es historia imaginada, soñada, fabricada. Y el que fabrica su propia historia no tiene más remedio que destruir la historia ajena.

He recordado el ensayo de Haffner, creo que de 1972, a propósito del revuelo armado por las declaraciones de Jiménez de Parga sobre las nacionalidades históricas en España. En efecto, la Constitución española reconoce unos «derechos históricos» a ciertas autonomías, que sus nacionalistas se han apresurado en convertir en comunidades históricas. Lo que es tanto como decir que las demás no lo son. No tienen historia. Son polvo, paja, humo, nada. Y al negarlas, niegan también España, que es de lo que se trata. Historia, lo que se dice historia, la tienen sólo ellas. Y pobre del que intente negarles ese atributo o del que pretenda atribuírselo sin tener los títulos constitucionales para ello. El anatema caerá sobre él automáticamente. En esto ha desembocado el loable intento de consenso realizado por los padres de nuestra Constitución. En desavenencias por todas partes, empezando por la historia.

Lo más curioso es que esto ocurre cuando el conocimiento y el interés por la historia se hacen cada día menores, sobre todo entre los jóvenes. Pregunten ustedes a uno de ellos por los romanos, por el Renacimiento, por la Ilustración, y verán lo que les responden, que no les vengan con rollos patateros, que por quién le has tomado, que eso no mola. Lo que no impide que en las clases les atiborren de leyendas sobre sus antepasados que parecen sacadas del Señor de los Anillos. Que se tragan como cubatas. ¿La historia como sustituto de la religión? Sí, pero no la historia concienzuda y contrastada, sino la historia mítica, divinizada, sagrada. En realidad, una religión hecha a medida de un determinado grupo nacional. Nada de extraño la facilidad con que ciertos clérigos se pasan al nacionalismo. Y menos extraño todavía, el escepticismo creciente hacia todo tipo de historia.

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