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La deseuropeización de Europa

La. pérdida del sentido de la realidad ha llevado a 1a crisis de lo político y de la política y a la confusión del bien común con los intereses del Estado omnisciente y omnipresente. Pero ni siquiera se trata de los intereses del Estado, los «intereses públicos»: como el Estado está en todas partes, los intereses estatales se confunden con los de las clases dirigentes y, a la postre, los de estos últimos son los que cuentan. Sin embargo, estas clases no están menos alejadas de la realidad de manera que sustituyen de forma natural la política por la demagogia y seducen al pueblo fingiendo complacer a la opinión. La política no es más que una forma de acceder al poder y disfrutar de él, lo contrario a lo que es la política.

Ahora bien, lo más grave que está ocurriendo es que la pérdida del sentido de la realidad amenaza con deseuropeizar Europa, pues las clases dirigentes, con las excepciones individuales que siempre existen, no tienen una idea clara de Europa ni tampoco les preocupa mucho el tenerla. Sólo les preocupan sus intereses inmediatos, lo mismo que con la política interna de los Estados. La «construcción» de Europa da así la impresión de ser una suerte de huida hacia delante de las clases dirigentes sin saber bien ni adonde se va que se pretende. Sin ideas rectoras claras y bien asentadas, que sólo podría proporcionar una concepción de lo que es Europa, los políticos que ejecutan la política con prisas y sin pausas ni pueden calcular las consecuencias de sus actos ni se paran a pensarlas.

Por ejemplo, no entienden que una de las claves fundamentales para la comprensión de Europa es la religión. Sin el cristianismo, que ha dado unidad a la rica variedad y diversidad europea, no es posible entender qué es Europa ni el espíritu europeo. Y a este respecto da lo mismo ser creyente o no: los hechos obligan a tener una mínima sensibilidad histórica y un sentido de lo que es una civilización.

Ha puesto de relieve la cuestión la discusión de la posibilidad de la entrada en la Unión Europea de Turquía, una gran nación musulmana en la que, además, el resurgir de la fe religiosa es cada vez más intenso como se ha demostrado en las recientes elecciones, a despecho de las viejas clases dirigentes turcas europeizadoras. Estas últimas siempre han confundido la modernización con la importación de un peculiar laicismo libresco (lo mismo ha ocurrido y ocurre en otras partes), como si la «modernización» y la religión fuesen incompatibles, un mito que está por probar, a menos que por modernización se entienda lisa y llanamente laicización en el sentido peculiar de opuesto a la religión, que ha llegado a adquirir esta palabra de origen eclesiástico. Ejemplos contra ese mito son Japón y Norteamérica.

El asunto ha servido al menos para sacar a algunos políticos y miembros de las clases dirigentes de su nirvana particular haciéndoles recapacitar sobre qué es Europa; sin manifestarse contundentemente han expresado reservas que responden a sus dudas intelectuales. Sin embargo, muchos políticos europeistas acordes con la mentalidad de la neutralidad del pensamiento estatal son de la opinión de que la política no tiene porqué tener en cuenta la religión en este caso, y es de suponer que en otros parecidos, demostrando así su ignorancia de lo que es la política; confunden la política menor que practican todos los días con la gran política que requiere la configuración de de una nueva Europa. Ya se ha echado a correr la idea de que una mezcolanza de cristianismo e islamismo sería algo así como un ejemplo para otras civilizaciones; una especie de terapia mundial. Con ello se solucionaría «tout court» el problema aplazándolo «ad kalendas graecas» y la política burocrática que caracteriza a la actual Unión Europea podría continuar tranquilamente deseuropeizando a Europa.

La realidad es más compleja. La deseuropeización de Europa, igual que se ha desnacionalizado insensatamente en buena medida a muchas de sus naciones, para hacer otra Europa más o menos utópica, puede abocar a un gran fracaso histórico. La gran política decide sobre las posibilidades históricas, no sobre utopías.

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