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La Revolución Raeliana

El conocido como Movimiento Raeliano es una secta que en Canadá cuenta con el estatus de grupo religioso, fundada en 1973 por el periodista francés Claude Vorilhon, quien desde entonces adoptó el nombre de Raël. Según la secta, Vorilhon tuvo un encuentro con extraterrestres en el que le fue revelado el origen del hombre: seríamos frutos de ingeniería genética alienígena. Nuestros creadores habrían mantenido contacto con nosotros a través de profetas como Jesús, Buda o Mahoma, de modo que sus huellas aparecen en las religiones tradicionales, aunque han sido mal interpretadas o traducidas. Ahora el hombre habría alcanzado el nivel científico suficiente para comprender la labor de sus creadores y construir una embajada en la Tierra que prepare una nueva venida del creador Elohim, a quien no consideran Dios. Su lema es: «Revoluciónate a ti mismo para revolucionar a la humanidad».

Esta secta neopagana, sincretista y atea, con raíces en la ufología y la new age, no merecería más consideración que otras tantas que pululan por el mundo en nuestros días, propiciadas por el aburrimiento y la descreencia como decía Chesterton, cuando se deja de creer en Dios, uno cree en cualquier cosa. Pero los raelianos han sido afortunados con los medios, han conseguido un cierto número de adeptos y poseen recursos económicos para pretender la realización de sus delirantes aspiraciones, entre las que se encuentra pasar de criaturas a creadores, a imagen y semejanza de sus extraterrestres progenitores. Con este fin, iniciaron una empresa Clonaid dedicada a perseguir la clonación humana, y acaban de anunciar como fruto de tal empeño el nacimiento de una niña, de la que dicen que es genéticamente idéntica a su madre.

Se discute acerca de la veracidad de la noticia. La razón que puede haber llevado a difundir una falsedad de este tipo es sencilla: las conciencias de nuestro tiempo son flexibles ante «lo ya hecho», es decir, se acepta lo que ha sido consumado como algo inexorable que reclama la adaptación de la sociedad, para que no quede retrasada respecto al avance de la realidad. Da igual que se haya llevado a cabo o no una clonación, lo importante es que la sociedad empiece a hacerse a la idea de que tal operación es factible y que, aprovechando la inanidad general, se
asuma como algo normal que cuenta con el aval de la ciencia. Ni en los pueblos primitivos se advertía tal sumisión ante los designios de los dioses.

La cuestión es grave. Si Julián Marías señalaba que la mayor barbaridad del siglo XX había sido la aceptación social del aborto, ¿qué cotas de abyección pretendemos alcanzar en el XXI? Y ya indico que lo pavoroso no es tanto el hecho en sí de clonar una persona la historia es ilustradora de un sinnúmero de depravaciones y locuras, sino que tal práctica sea asumida, comprendida e incluso amparada, hasta el punto de que algún día si no se hace ya sea reclamada como derecho.

La enfermedad del aborto sigue, y valga la paradójica imagen, engendrando hijos monstruosos. Si alguien no entiende mi afirmación, iré más lejos. Es un absurdo proclamarse defensor del aborto y al mismo tiempo condenar la clonación. Si es posible matar al no-nacido, ¿qué razón lo protege de ser manipulado? A no ser que el abortista no admita menos que la muerte, aunque, bien mirado, el proceso clonador tiene una cuota de sangre eliminación de múltiples embriones descartados o defectuosos que debiera satisfacerle. No hay más barrera para contener la clonación que el respeto a la vida humana desde la concepción; pero al haberse abolido esta barrera con el aborto, la clonación o la elección a la carta de las características de los hijos son amenazas que no encuentran obstáculos para triunfar, y ellas arrastrarán al abismo la dignidad de la persona, la igualdad, la tolerancia y, en definitiva, el amor entre los hombres el políticamente correcto ponga solidaridad, porque con todo esto se está jugando ahora mismo.

Las prácticas nazis causaban estremecimiento y horror. Pero hoy en día sus iniciativas encuentran amparo en legislaciones inertes y tienen el respaldo de partes importantes de la sociedad, al tiempo que las aún no reconocidas no suscitan más reacción que una timorata prevención, sin que se las califique inmediatamente como crímenes de lesa humanidad. Hitler promovió el aborto, la eutanasia y la clonación, y su nombre sigue siendo ignominioso; pero, ¿acaso no lo es por haber alentado estas prácticas, por haber sido un pionero de la aberración y el desprecio a la vida? Parece que el espíritu nazi sigue vigente, aunque públicamente se aborrezca a su fundador, y, con la apatía reinante, esto es sólo el comienzo.

Ángel López-Sidro López es profesor de Derecho eclesiástico del Estado de la Universidad de Jaén

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