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El ecumenismo de los mártires

El martirio es una gran riqueza y una bendición para la Iglesia. Pero este tesoro ha sido descuidado e ignorado hasta que Juan Pablo II empezó insistentemente a atraer nuestra atención sobre esta gracia única del siglo XX

Para no perder el recuerdo de los millones de hombres y mujeres que dieron su vida por Cristo en el siglo XX, Juan Pablo II constituyó, en preparación del Jubileo, la Comisión para los Nuevos Mártires, a la que ya hemos aludido, encargada de hacer una especie de censo de estos testigos heroicos, pero con frecuencia anónimos del Evangelio. Como Presidente nombró a monseñor Michel Hrynchyshyn. Durante casi cinco años ha trabajado con un grupo de diez expertos para hacer este cometido de dimensiones planetarias: reunir entre las Iglesias de todas las confesiones cristianas la información relativa a los mártires del siglo que acaba de terminar. Monseñor Hrynchyshyn explica en esta entrevista las conclusiones del trabajo realizado.

¿Por qué el siglo XX ha sido testigo del mayor número de mártires?

Hay cerca de mil millones de católicos en el mundo, además del resto de los cristianos; unos y otros han sido perseguidos y se les ha dado muerte por su fe en todos los continentes del planeta, en más de 70 naciones. Las perversas ideologías del nazismo y del comunismo se difundieron por todo el mundo: éstas son las responsables de la eliminación de buena parte de los cristianos.

¿Cuáles fueron los países más afectados por este fenómeno?

Ciertamente, el mayor número de mártires se ha registrado en Europa, donde los cristianos fueron perseguidos prácticamente en todos los Estados. La Comisión para los Nuevos Mártires recibió el encargo de preparar catálogos de mártires. Nos hemos dirigido a las distintas Conferencias episcopales de todo el mundo para reunir documentos e información sobre los mártires en diversos países. La información se ha ordenado según criterios prefijados y se han formado los catálogos. En naciones como Sudán, Argelia, Corea del Norte, China..., los cristianos aún son martirizados por su fe.

¿Qué es lo que diferencia a estos mártires modernos de los de otros siglos de la historia de la Iglesia?

Los mártires de hoy son menos conocidos, menos gloriosos a los ojos de la gente. Los detalles de la historia de muchos de ellos son desconocidos. Se les dio muerte casi en secreto. Algunos languidecieron durante años en las prisiones y en los gulags. No sabemos ni siquiera dónde murieron y dónde fueron enterrados. Es algo totalmente distinto a la gloria que tocó a cuantos fueron despedazados por los leones en Roma.

¿Cuáles son los aspectos más inesperados del censo que han realizado?

El martirio es una gran riqueza y una bendición para la Iglesia. Pero este tesoro ha sido descuidado e ignorado hasta que Juan Pablo II empezó insistentemente a atraer nuestra atención sobre esta gracia única del siglo XX. Este Papa ha beatificado a unos 900 mártires en su pontificado. Pues bien, yo os digo: alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe la recompensa y recoge fruto para la vida eterna (Jn, 4, 35). Éste es el estimulante desafío al que la Iglesia se enfrenta hoy: la cosecha. Y ya es un hecho. Ya se han escrito buenos libros sobre el tema: se trata de los estudios de Andrea Riccardi (en italiano), Vicente Cárcel (en español), Didier Rance (en francés) y Robert Royal (en inglés), preparados con motivo de la celebración de los Testigos de la Fe del 7 de mayo pasado. La Conferencia Episcopal Alemana ha editado dos volúmenes sobre los testigos por Cristo. Charles Molette ha publicado otros dos tomos sobre los mártires de la resistencia espiritual. Además, se han organizado notables congresos de estudio, en particular los convocados por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, de Roma, durante todo el año 2000.

¿Cuáles han sido las Confesiones más marcadas por el martirio en nuestro siglo?

En su intervención en el Sínodo de Europa en octubre de 1999, el obispo anglicano de Gibraltar, John Hind, dijo: Todas nuestras Iglesias tienen mártires. Recuerdo con emoción que cada año, cuando era Rector de un seminario, recordábamos a un ex alumno que había ofrecido su vida en Papúa Nueva Guinea en 1942. Él no murió por la Iglesia de Inglaterra, sino por Jesucristo y por aquellos a los que había sido llamado a servir. Esta conmemoración era útil para que los estudiantes volvieran a pensar en su llamada. Y espero con ansia el día en que aprendamos honrar cada uno a los mártires del otro.

El ecumenismo de los gulags fue ciertamente uno de los más espléndidos testimonios cristianos. En los gulags todos los cristianos eran uno; hablaban el mismo lenguaje.

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