Falsedades: Navidad, Bautismos, Comuniones civiles
Ya está la ciudad vestida de Navidad. Luces, anuncios, felicitaciones, acá y allá belenes más o menos naturales o desnaturalizados. Músicas y cantos... Una alegría.
Desnaturalizados, ¿en qué medida? Variará la respuesta según el criterio de unos u otros. Para algunos, cualquier parecido con lo que sucedió en Belén es pura coincidencia. En el otro extremo, queda mucho todavía de la realidad acontecida hace siglos: que nos ha nacido un Salvador. En un punto medio, quienes sienten que, aunque es imposible eliminar la huella de aquel hecho, hay un marcado empeño en algunas fuerzas muy eficaces por ir transformándolo en mero chisporroteo fatuo, sin referencia a la salvación radical de la Humanidad por su Creador.
Hace unas semanas, al alcalde de no sé dónde se le ocurrió inventarse unos bautizos laicos. Pretendía, por lo visto, vestir con cierta solemnidad y alegría el hecho de la llegada al mundo de un nuevo ciudadano. Y, ni corto ni perezoso, se le ocurrió robarle al cristianismo su liturgia. Como si las cosas vivas, por hermosas que sean, pudieran vivir sin la savia de sus raíces.
Ya se sabe: los cristianos tienen muy bonitas ceremonias. No son pocos los que se casan por la Iglesia, o mejor, en la iglesia, por eso, porque resulta más bonita la ceremonia. Y hay quien, apagada ya su fe, no puede renunciar a que su hija haga la primera Comunión, por no privarla de ese momento, tan bonito... Y la despedida de la vida resulta demasiado fría y seca, si no va acompañada de alguna oración, allá en el cementerio, y de algún funeral, donde muchos de los que se sienten obligados a ir parecen aburrirse con algo que no sólo no entienden bien, sino de lo que desconectan de antemano porque parecen no tener el propósito de entenderlo.
Nos vamos llenando así de un ceremonialismo falso, de un ilusorio deseo de suplir contenidos profundos con meras apariencias.
Si los bautizos y primeras Comuniones, bodas y funerales tienen un sentido, una dignidad, una emoción y hasta una brillantez y la Navidad, eso se deriva de su contenido: significan algo que llega a la raíz profunda del hombre. El hombre se siente en su plenitud, cuando, en los momentos trascendentales de su vida, se relaciona con esa raíz sustancial que lleva en su interior: nace, crece, ama y muere en los brazos de Dios.
MISTERIO REAL
Los cristianos verdaderos aparecen asentados con paz, en la realidad del misterio humano, y de ahí que lo suyo, cuando nacen y cuando mueren, cuando crecen y cuando se van hacia el amor, tenga una emoción innata, no de pastiche: se alegran en Navidad porque saben que hace 2.000 años nació el verdadero Salvador de los hombres cualesquiera que sean los dolores y las maldades de éstos, y que ese nacimiento se repite cada Navidad y cada día; y cuando llevan a sus hijos, apenas nacidos, a la pila bautismal, lo de menos es que haya flores o músicas, sino que allí se opera algo inenarrable: que ese pequeño ser exclusivamente humano, es asumido por Dios mismo y que, a partir de entonces, por él circula la misma savia que por Jesús, el Señor y Dios, como sarmiento que queda hecho de su misma vid. Y, cuando muere, sabe que muere con Cristo para resucitar con Cristo. Y, cuando se casan, van allí porque quieren hacerlo y comprometerse delante de Dios y con su ayuda. De ahí, sólo de ahí, su derivada hermosura.
La secularización puede que valga para el tratamiento de las relaciones públicas en sociedades plurales; pero intentar la secularización interior del hombre, de sus raíces fundamentales, es querer cuadrar el círculo. El hombre viene de Dios, vuelve a Dios y está permanentemente en Dios. Y a poco que, con sinceridad, intente dar respuesta a los interrogantes más profundos que aparecen en su conciencia, está en camino de Su conocimiento.
Es por ello, cuando menos, triste, la campaña por este arrancar cualquier sentido trascendente de la vida, en la que, desde hace algunos años, andan empeñados algunos de los grupos más influyentes en nuestra cultura. Pretenden acabar con lo real, para recurrir después a ridículos sucedáneos. Hace ya bastantes años, fue especialmente dirigido desde esos medios el bombardeo contra la Navidad. El sucedáneo debía ser la Nochevieja. Un recorte de los tiempos en que arreciaba esta campaña, y de una de las publicaciones más activas en ella, y de más difusión entre nosotros, me lo recuerda. Decía textualmente:
La Navidad es "la muerte como golosina", "un fastidioso cursillo lleno de amor y polvorones", "la abundancia de normalidad", "la guía blanca, como alternativa a la centella de la lujuria", "el mantel almidonado, la permanente teñida de la nuera y el gustoso e invariable guiso de mamá".
Frente a esa Navidad, ensalzaba la auténtica fiesta que lo es por la oportunidad que, por su excepcionalidad, procura para las transgresiones. Es el caso de los carnavales, de los que Nochevieja, como antídoto de la Nochebuena, ha tomado ejemplo.
No os preocupéis. Aquí está de nuevo la Navidad. Su luz última llega de su foco raíz: Dios, hecho hombre, nació y nace para salvarnos. Inventarán bautizos en los que sobre la cabeza del neonato verterán frases del Código civil. Pero la alegría que brote de tal liturgia será muy distinta de aquella en la que todos seguirán oyendo, aplicado a su caso concreto, las palabras del Maestro al sabio Nicodemus, en aquella noche llena de misterio: Hay que renacer con un bautismo nuevo, porque de verdad te digo que lo que no naciere de arriba, no podrá entrar en el Reino de los Cielos&
El brillo de un bautizo, de una primera Comunión, una boda e, incluso, de un funeral cristianos& sin fe, es pura hojarasca, pura mentira. Querer coger entre las manos esa hojarasca, para que tenga vida lejos de sus raíces y su savia vitales, es pura esquizofrenia.
La Navidad seguirá siendo Navidad porque un fermento de la Humanidad seguirá creyendo que Dios ha querido salvar al mundo.
Del director
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