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La belleza del horror

El domingo estuve llorando en el cine, ala salida del cine y en el coche que me llevaba del cine a casa. Nosoporto la tortura y por ejemplo en «Reservoir Dogs», de Tarantino,abandoné la sala cuando comenzaron las escenas más violentas. Perolo que me pasó el domingo viendo «La Pasión» de Mel Gibson fue deotro orden. No voy a entrar en si el director se ha «pasado» o noal recoger de forma tan directa la sangre. Quizá la películahubiese mantenido su tensión con un 20 por 100 menos de violencia.Lo que me ha fascinado es el armónico baile conseguido entre laternura y la pena, de manera que las cruentas escenas de laflagelación, el camino al calvario y la crucifixión se alternanrítmicamente con flash-backs y encuentros conmovedores, en los quesale a relucir el misterio que preña lo que estamos viendo. Setrata de un continuo camino de ida y vuelta que recuerda que noestamos ante una muerte más, que debajo hay un milagro. Esbellísimo el asombro del soldado que, en medio del violentoprendimiento de Jesús en el huerto de los olivos, ve cómo elMaestro le implanta la oreja cortada por Pedro. Como lo es elarrepentimiento del propio Pedro ante la Virgen, después de habernegado tres veces a Jesús. También está la Magdalena, que empapacon toallas la sangre del amado. O ese Simón de Cirene que enlazasu brazo con el de Cristo por encima del madero, para poder cargarcon la cruz. Es difícil saber en ese momento si es Cristo quienayuda al Cireneo a cargar con la vida o si es éste quien compartela pasión de Cristo, en un trasunto fiel de cada uno de nosotros.Esos dos brazos entrelazados me han recordado muchos momentos de mivida. Por fin está la Virgen, la impresionante Maia Morgernstern,que jamás cae en el histrionismo. Una mujer partida de dolor peroerguida como un poste. La Virgen fuerte que desafía al demonio,estremecedoramente representado en un ser andrógino y sutilmenteinteligente. En la coreografía de la película el diablo camina porla izquierda de la pantalla, esperando que Cristo caiga en latentación, y María flanquea al Señor por la derecha sosteniendo lamirada de Satanás y reforzando la decisión de su Hijo, en unaperfecta expresión de su papel de corredentora. Tal vez por eso elmomento álgido del film se alcanza a mi juicio cuando Jesucristocae bajo el peso de la cruz y Ella, rememorando los momentos en querecogía al niño Dios de sus accidentes infantiles, se tiende a sulado y le dice «Aquí estoy. Estoy contigo». Es el instante en queel Redentor le sostiene la mirada y, cubierto de sangre, triturado,le responde con amor: «¿Lo ves, Madre, ves cómo Yo hago nuevastodas las cosas?». Para mí ésta es la clave de la película. Estedolor horrible que abarca sin embargo la más grande de lasternuras. Que abraza la historia del pecado humano y los dolores decada hombre y los levanta hasta convertirlos en bien, enResurrección. El domingo me di cuenta de que estaba llorando deagradecimiento.

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