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La cultura política

La religión es la clave de la cultura, pues constituye su origen, dependiendo de ella el vigor y la vigencia de las pautas culturales; pero no determina las formas de la política. Por eso, en las épocas democráticas es fundamental la difusión de la cultura política, puesto que todos los hombres son ciudadanos, actores de la vida colectiva. Según la distinción de Tocqueville entre sociedades aristocráticas basadas en la desigualdad - sólo unos pocos poseen libertad política - y sociedades democráticas - fundadas en la igualdad en tanto todos tienen libertad política - , la cultura política es propia en las primeras de los grupos aristocráticos, y en la democracia debiera ser patrimonio de todos. Por eso, si en las épocas de aristocracia las familias monárquicas y las aristocráticas se educan según normas estrictas, orientadas al desempeño de sus papeles sociales confundidos con las funciones políticas que les corresponden como clase dirigente, algo parecido debiera ocurrir en las épocas democráticas. Pero, en este caso, el problema de la cultura política es más complicado.

En las primeras, la cultura política es consustancial con el estatus, mientras las últimas se caracterizan por la disolución de los rangos - posiciones adscritas - y aún de las mismas posiciones adquiridas: forma parte de la vida democrática que cada individuo, cada familia tenga que luchar por mantener la posición social que tiene y alcanzar otra. De ahí que las sociedades democráticas produzcan el espectáculo de una incesante agitación en su seno, como observó Tocqueville. En la democracia no hay posiciones adscritas, heredadas o vinculadas, y habrá más o menos democracia en la medida en que subsistan.

Así pues, en las sociedades aristocráticas la cultura política forma parte espontáneamente del estatus o posición social adscrita y la práctica, que es la etiqueta, sirve para mostrarla. No es así en la democracia, aunque si la democracia es razonablemente auténtica, la misma vida política tiene un efecto educador, pero que no es necesariamente suficiente. El hombre democrático, en tanto ciudadano, a fin de ejercer la ciudadanía tiene que tener claros no sólo sus derechos y deberes, sino la naturaleza de lo Político y la Política. Un grave problema irresuelto de la democracia en Europa consiste en la falta de educación política, que no es lo mismo que lo que se suele llamar educación democrática: la democracia se presupone; lo que se necesita son los conocimientos - y la práctica - de la vida política.

Aquí, por una serie de circunstancias, la educación política y la misma democracia cayeron muy pronto en manos de las ideologías, con las que la voluntad política intenta modelar para sus propios fines la educación y los conocimientos necesarios para la vida política. Por eso, la lucha de las ideologías, que, en su sentido último son concepciones del mundo que adoptan la forma de religiones políticas, es de lo más antidemocrático, y la educación ideológica es más bien un disolvente de las creencias colectivas, de la vida colectiva, justamente lo contrario de la política, cuyo fin es la unidad de la acción colectiva. Hoy, por ejemplo, pasando por alto la ciencia política dominante, pura eratología, la historia, que es políticamente de lo más formativo, constituye un disolvente de las tradiciones culturales y sociales en las que debe asentarse toda política. Unas veces se utiliza ideológicamente; otras, tan neutralmente que se reduce a los meros datos, todos iguales. Si a ello se añade la complejidad de lo que se llama política en el Estado Técnico, que, en el mejor de los casos no es más que administración, el hombre democrático se encuentra perdido en todo lo que concierne a la vida política democrática. Un ejemplo es el nulo nivel de cultura política de los que se dedican a la política, de la que hacen una profesión que excluye automáticamente de la vida política a la inmensa mayoría. En una democracia la cultura política debiera ser, como ocurre con la religión, patrimonio de todos, aunque haya quienes por vocación, no como profesión - como en el caso del sacerdocio - , se dediquen especialmente a ella. Si no es así, no hay verdadera política ni democracia.

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