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Un gran realismo

Un gran realismo

En junio de 1929 el movimiento cristero estaba en su apogeo. Las fuerzas se encontraban bastante equilibradas entre uno y otro bando y parecía inútil continuar por la vía de la contienda militar. Se imponía la necesidad de llegar a un acuerdo

Entrado el año de 1929, el movimiento cristero contaba en el occidente con 25.000 hombres armados y organizados, «muy mal dotados de municiones, lo que los obliga a la guerrilla; hombres disciplinados y morales forman tropas como nunca hubo y como nunca habrá en México», escribía el general Gorostieta en su diario. En el resto del país, había otros 25.000 cristeros más o menos bien organizados, que iban viento en popa, en un momento en el que la federación se encontraba bastante mal.

Los Arreglos del 29

Para el gobierno, la única manera de salir del atolladero era entenderse con la Iglesia. Urgía hacerlo unos meses antes de las nuevas elecciones presidenciales, para evitar una posible alianza entre las fuerzas políticas urbanas, las facciones revolucionarias de oposición y los cristeros, que hubieran podido hacer el papel de brazo armado de la disidencia.

En junio de 1929 el entendimiento cristalizó en los llamados "arreglos", basados en el acuerdo que habían alcanzado (siempre oralmente, ya que nunca llegaron a firmarlo) el presidente Calles y monseñor Ruiz y Flores, por intermedio del embajador norteamericano y la diplomacia francesa, justo antes de la muerte de Obregón, acaecida un año antes. Roma, informada por Washington, dio su autorización, y monseñor Ruiz y Flores, nombrado delegado apostólico, llegó a México en la primera semana de junio. Entre el 12 y el 21 de junio todo quedó resuelto; el 22 la prensa publicaba los "arreglos": la ley no se modificaba, pero se suspendía su aplicación. Se garantizaba amnistía a los combatientes, así como la restitución de las iglesias y de los presbiterios.

Amnistía y represión

Reanudado inmediatamente el culto, las campanas repicaron en todo el país y se celebró la misa con el entusiasmo popular. Algunos cristeros quedaron consternados, pero depusieron las armas y aceptaron la amnistía en lo que valía.

Como consecuencia de los arreglos, los ciudadanos mexicanos obtuvieron la libertad de practicar la religión, pero ningún otro derecho. Al mismo tiempo en que los católicos se desmovilizaban, el gobierno incrementó la represión. En el campo, donde los cristeros eran un verdadero movimiento campesino además de un movimiento de resistencia católica, hubo una matanza de rebeldes indefensos al terminar la guerra, en la que habían perecido cerca de 90.000 combatientes y 150.000 civiles.

Estrategias más sutiles

Cambiando la estrategia y la modalidad de acción, los gobiernos sucesivos mantuvieron la política de neutralizar el papel social y político de la Iglesia, obligándola a retroceder al interior de los templos y marginándola de la vida civil. Simultáneamente, el Estado revolucionario vería en el protestantismo una alternativa cultural para todo el continente americano, la cual debería iniciar su marcha a partir del México "liberado". El país empezaría a llenarse de pastores protestantes norteamericanos, en medio del favor y el visto bueno del gobierno mexicano y la prensa oficial.

¿Miopía o realismo?

Mediante la firma de los Arreglos, la Iglesia vuelve a ser tolerada en México, pero viene apartada de la vida social y relegada exclusivamente al ámbito del culto. Esta es una de las causas de la mentalidad que hoy en día parece dominar, también dentro del entorno católico, según la cual la experiencia cristiana se reduce a algo que uno hace en la intimidad, pero no tiene que ver con la totalidad de la vida, incluidas sus facetas social, educativa y política.

La relación de los hechos aquí descrita podría llevar a pensar que la Iglesia fue "miope" al aceptar esta solución parcial al conflicto cristero, y que los mismos cristeros, al obedecerla y deponer las armas, tenían un horizonte de su lucha por la libertad muy limitado. Sin embargo, no es así. Muchas veces en la relación misma con el poder establecido, se requiere ir paso a paso para evitar un mayor sufrimiento del pueblo y derramamiento de sangre. En esto la Iglesia manifiesta un gran realismo debido a su interés por el hombre concreto y no por un proyecto "revolucionario" que deba realizarse a toda costa. La negociación de la paz también indica que la lucha que se libró no era una lucha por el poder, por derrocar al gobierno y sustituirlo por otro, sino por la libertad del pueblo y por conservar la presencia cristiana en México, a través de los Sacramentos y del Sacramento que es la Iglesia misma.

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