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La obra de Escrivá de Balaguer
Josemaría Escrivá de Balaguer será canonizado hoy por el Papa en el Vaticano y el Opus Dei alcanzará así su plena dimensión espiritual y eclesial y lo asumirá, según su prelado, monseñor Javier Echevarría, no como un momento para el «triunfo» sino para la «humildad» como ayer proclamó en la entrevista que publicó ABC. El nuevo santo español, como todos los grandes personajes, no ha escapado a la polémica ni la opinión sobre su proyección ha sido unánime. Sin embargo, ahí está su legado permanente, insertado en la Iglesia Católica como una Prelatura personal, secundada por cientos de sacerdotes y decenas de miles de laicos que constituyen una energía extraordinaria al servicio del catolicismo en el mundo al que aportan una espiritualidad renovada.
Quien pretenda sustraer relevancia, hondura y sentido de la trascendencia a lo que el Opus Dei es y representa deberá valorar las dimensiones del acto de hoy en el Vaticano y las profundas convicciones que transmite. La Obra de Escrivá de Balaguer ha permanecido y se ha incrementado porque, lejos de lo que muchos de sus críticos suponen, es un proyecto espiritual, de vivencias religiosas, que pretende dar un sentido profundo a la presencia de Dios en la vida diaria. Si así no hubiese sido, el Opus Dei -al que no falta quien atribuya objetivos y propósitos contingentes- no habría sobrevivido a su fundador, ni extendido su radio de acción en el campo social, educativo, universitario y estrictamente eclesial.
Sólo desde esta consideración espiritual y trascendente que el Opus Dei merece resultan inteligibles y coherentes el debate, la discusión e, incluso, la discrepancia, acerca de algunas proposiciones de la Obra en aspectos no esenciales que conforman sus signos de identidad. Considerar al Opus Dei como lo que no es, tratar de alterar el sentido de su fundación y objetivos, confundir personas concretas y comportamientos expresos con el alma de esta institución, establece -y así ocurre en muchos casos- un clima dialéctico imposible e injusto en el que la demagogia y los apriorismos anegan el sentido auténtico de un gran proyecto espiritual que hoy recibe, con la santificación de su fundador, el reconocimiento universal de la Iglesia.
Tras la elevación a los altares de Josemaría Escrivá de Balaguer las hechuras de su Obra, su vocación de permanencia, su importancia en la Iglesia Católica, el valor referencial, su concurso a la construcción histórica de la espiritualidad cristiana, son perfiles que quedan incorporados de manera definitiva y sólida al patrimonio común de los católicos y a la vertebración del universo de valores éticos de las sociedades en las que la Prelatura está presente. Con un sentido de «humildad» como ha pedido monseñor Javier Echevarría.
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