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Una muralla separa la fe cristiana de la cultura moderna

Los jesuitas siempre han vivido en la evangelización de frontera: fronteras materiales, geográficas, intelectuales. ¿Cuáles son las nuevas fronteras de la labor de la Compañía de Jesús en el tercer milenio? En el contexto de las relaciones fe-cultura, ¿cómo dialogar con el pensamiento postmoderno?

En los comienzos de la Compañía las fronteras eran geográficas. Los jesuitas del siglo XVI echaron abajo esas fronteras que encerraban a Europa y se lanzaron a evangelizar Japón, China, Etiopía y, después, el continente americano. Se opusieron, también, al dominio cultural europeo cuando rechazaron -como en el caso de las famosas Reducciones en Iberoamérica- los métodos de colonización, al mismo tiempo que legitimaban, respetaban y favorecían la riqueza de culturas nacidas fuera del radio cultural europeo.

Hoy han desaparecido las fronteras geográficas, y los jesuitas se encuentran esparcidos por todo el mundo, incluso en países y lugares donde no son bien vistos. La frontera (más bien, la muralla) que tenemos delante es la que separa nuestra fe cristiana de la cultura moderna. Este abismo que media entre fe y cultura moderna constituía para Pablo VI el drama de nuestro tiempo. Tomando seriamente la modernidad, descubriendo en ella el hálito con que el Espíritu empuja a los hombres a la construcción de un mundo mejor, los jesuitas quieren llevar a Cristo, su mensaje y sus valores, a la cultura global y las culturas locales del tercer milenio. Se trata de una misión que puede tener rasgos contraculturales porque los valores del Reino de Dios no siempre tienen carta de ciudadanía en una sociedad consumista. Otra muralla que vemos en nuestro mundo separa a los ricos, que se hacen cada vez más ricos, de los pobres, cada vez más pobres, en un marco económico que, como Juan Pablo II no cesa de repetir, no está puesto al servicio de la Humanidad. Éstas son las circunstancias dentro de las cuales y en nombre del Evangelio, implícito en la enseñanza social de la Iglesia, hay que anunciar la justicia y denunciar las injusticias ¡Tantas injusticias!

Existe, finalmente, otra frontera que se asemeja a un muro: la división entre los mismos cristianos y los creyentes. Porque también son muros las formas de integralismo y las expresiones de relativismo que olvidan el deseo de Cristo (Que todos sean uno) y la pasión con que Cristo busca que todos tengan vida, y vida abundante. Este deseo de Cristo es el fundamento de todo diálogo ecuménico e interreligioso. Aquí están las nuevas fronteras del tercer milenio donde los jesuitas ejercen su misión apostólica.

¿Cómo viven los jesuitas el cuarto voto de fidelidad al Papa en estos tiempos de pérdida de autoridad, aunque también de la colegialidad y de la comunión?

El cuarto voto ha sido siempre la expresión de una postura de disponibilidad apostólica. Desde sus mismos orígenes, la Compañía no ha querido emprender obras propias o por cuenta propia. Ignacio quiso recibir directamente del Papa, que como pastor universal conocía bien las necesidades de la Iglesia universal, las misiones y el trabajo apostólico en los que empeñarse. Los jesuitas no estarían hoy trabajando con metas precisas en Rusia o en Albania si no fuera por el deseo expreso de Juan Pablo II. Fue también un Papa quien quiso una universidad católica en Japón, y más tarde otra en Camerún. La Facultad de Teología en la Universidad Gregoriana y los Institutos Bíblico y Oriental en Roma se establecieron por iniciativa de los Papas. Llevar a cabo todas estas misiones supone, como decía san Ignacio, una adhesión afectiva y efectiva al Santo Padre por parte de los jesuitas. Éste es el sentido del cuarto voto que no ha cambiado en lo esencial, aunque la colegialidad de los obispos, y el entendimiento de la Iglesia como comunión, hayan introducido modalidades diversas en la ejecución.

¿Qué valor tiene la espiritualidad de san Ignacio, el libro de los Ejercicios Espirituales, para el hombre cibernético y globalizado?

Al hombre cibernético y al ciudadano de la aldea global no puede menos de llegarles el momento de reconocer que el comienzo y el fin de sus vidas no dependen de la tecnología ni de la ciencia, sino de una fuente de vida, que no es únicamente un principio trascendente, sino una persona -un Padre- que nos llama por amor a la existencia y que querría estar siempre a nuestro lado hasta el momento del encuentro definitivo: un encuentro que no tendrá fin. Este amor de Dios se nos ha hecho visible en Jesús y se nos hace sensible por el Espíritu. El libro -el pequeño libro- de los Ejercicios Espirituales, que resume la experiencia de Ignacio de Loyola en Manresa, no pretende otra cosa que facilitar, hacer posible el encuentro personal con Aquel que amorosamente es nuestro Creador y Salvador. En ese encuentro se nos hace patente el sentido concreto de nuestra vida: la razón por la que Él nos ha llamado a la existencia y lo que Él espera de nosotros, de cada uno de nosotros -porque ha querido tener necesidad de nosotros, de cada uno de nosotros-, para construir su Iglesia, su Reino en el mundo y para el mundo.

Aunque Ignacio quería que los jesuitas sintieran una responsabilidad particular con respecto a los Ejercicios Espirituales, se los ofreció al Papa con el fin de que fuera una obra de toda la Iglesia, sin reclamar derechos de autor para sí o para los jesuitas. Causa una profunda alegría constatar cuántas personas que no pertenecen a la Compañía, aunque con frecuencia hayan sido formadas por los jesuitas, dirigen los Ejercicios Espirituales, y cuántas hacen los Ejercicios en la vida ordinaria, tal como lo sugería el mismo Ignacio, en atención a aquellas personas a quienes las exigencias ineludibles de la vida familiar o del trabajo no permiten retirarse a una casa de Ejercicios. Para todos los que quieran llegar a una fe en Cristo y su Iglesia más personal, los Ejercicios Espirituales ofrecen un camino seguro.

EL CAMPO DE LA EDUCACIÓN

El pasado 18 de septiembre, el diario francés Le Figaro le dedicaba una página entera a la pérdida de influencia de la educación impartida por los colegios de los padres jesuitas, entre otros países, en Francia. ¿Cuáles serían, a su modo de entender, las claves de formación intelectual de las nuevas generaciones?

La pregunta me sorprende porque Le Figaro titula el artículo al que usted se refiere con estas palabras: ¿Por qué la educación de los jesuitas continúa siendo influyente? Sin duda, en las 355 instituciones de enseñanza media con 1.600.000 alumnos en todo el mundo no se encuentra, como en el pasado, un jesuita al frente de cada clase. Pero gracias a la amplia difusión de Las características de la educación jesuita, al establecimiento de centros de animación educadora, y gracias también a una auténtica colaboración con seglares que comparten la identidad jesuita de nuestro modo de educar, la Compañía de Jesús puede asumir, con plena responsabilidad, la función educadora de nuestros colegios ante los padres que nos confían a sus hijos e hijas, y ante la sociedad civil que pone en nuestras manos el futuro de las siguientes generaciones. España cuenta con 45 colegios de la Compañía. Querríamos formar en ellos a jóvenes de espíritu amplio, abiertos a todo lo positivo y que, si son cristianos, encuentren en el colegio un poderoso estímulo para hacer madurar su fe y su apreciación por la Iglesia. El Presidente de la Cruz Roja, el profesor Marc Gentilini, ha escrito en Le Figaro que una cultura de altruismo, de atención a los otros como encarnación del mensaje evangélico, han sido valores con los que la educación jesuita le ha marcado. De manera lapidaria, el conocido autor francés Jean Lacouture confiesa que los jesuitas le han enseñado a aprender.

El apostolado de la educación continúa siendo hoy día el sector más fuerte de la actividad de los jesuitas. No entra en nuestra estrategia, en absoluto, abandonar el campo de la educación. Si nos vemos obligados a cerrar un colegio en un lugar, abrimos otro en otra parte conforme a las necesidades del país y a las posibilidades con que contamos.

UN GUÍA Y VARIOS CAMINOS

¿Qué ha supuesto ya para la historia de nuestro siglo la personalidad de Juan Pablo II?

Me parece un tanto prematuro responder a esa pregunta. En su breve pontificado, Juan Pablo I dijo una vez que el servicio que la Humanidad espera del sucesor de san Pedro es que señale dónde está y dónde no está Cristo en medio de los acontecimientos de nuestro tiempo. Fueron palabras proféticas que anunciaban el gran servicio que Juan Pablo II, en la confusión y también en la esperanza que han seguido al Concilio Vaticano II, ha rendido a la Iglesia y al mundo. Juan Pablo II ha dado claridad a nuestra fe, al mensaje y la persona de Cristo. Entre los muchos rasgos de su pontificado que podrían señalarse, campea su empeño por el diálogo. Ningún Papa ha buscado con tanto empeño como Juan Pablo II el establecer contactos y entablar diálogo con representantes de otras Iglesias y de otras religiones. Los viajes que ha emprendido a India, Georgia, Egipto y Tierra Santa son un testimonio elocuente de esa determinación del Santo Padre. Para conseguir que estos encuentros no se conviertan en un mero correr de ambigüedades dogmáticas o que se limiten a ser una acto de cortesía, Juan Pablo II ha aprobado recientemente el documento Dominus Iesus en el que justa y claramente, sin ambigüedades, la Iglesia proclama en el nombre del Señor lo que ella debe ser. El diálogo es nítidamente situado dentro de la verdadera fe, una condición indispensable para que pueda llevarse adelante con justicia y sin dar lugar a falsas expectativas. A este Papa no le ha faltado nunca la valentía para clarificar la fe, aun a riesgo de ser mal entendido. Precisamente esta nitidez de su lenguaje le ha dado a Juan Pablo II una autoridad moral reconocida en todo el mundo. Esa podría ser también la razón de la confianza que han puesto en él más de dos millones de jóvenes durante las inolvidables jornadas del Jubileo en agosto de este año en Roma.

¿Cuál es su relación entre la Compañía de Jesús y los nuevos movimientos apostólicos, Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Carismáticos, etc.?

Con el Santo Padre, la Compañía de Jesús reconoce en la multitud de movimientos eclesiales el fruto del Espíritu que, en nuestros días, enriquece la Iglesia, no sólo con la vida consagrada de religiosos y religiosas, sino también con nuevas formas de vivir la vocación y la misión del laicado en la Iglesia. No debemos olvidar que antes del Concilio Vaticano II un joven que deseara darse al servicio de la Iglesia no tenía, prácticamente, otro modo de hacerlo que entrando en un seminario o en un noviciado. Tenemos que alegrarnos de que el Espíritu haya dado a la Iglesia un número creciente de movimientos en los que, según la especificidad de cada uno de ellos, todos los cristianos puedan vivir plenamente su vida en la Iglesia delSeñor, y participar activamente en la edificación del Reino de Dios. Se podría pensar que la disminución de vocaciones a la vida religiosa se deba a esta nueva posibilidad que los movimientos eclesiales ofrecen para vitalizar el pueblo de Dios. ¿Son una amenaza para la vida consagrada? Yo me inclino a pensar que la floración de estos nuevos movimientos sirve para que la vida religiosa se concentre en lo que es su propia vocación: el seguimiento de Cristo casto, pobre y obediente. Para que sean testigos entre los hombres y para los hombres del verdadero sentido del amor, de la única riqueza que es Dios, de la única verdadera libertad que es decir al Señor que está al comienzo y al fin de la vida humana. La Iglesia ha conocido siempre una gran diversidad de caminos espirituales, devociones y maneras de orar. Todo es obra del Espíritu y jamás debería ser ocasión para desencadenar campañas que provoquen división o discriminación.

Algunos jesuitas españoles han pedido que se introduzca y/o se acelere la causa de beatificación del padre Arrupe. ¿Cómo está en este momento?

Repartidos por todo el mundo hay hombres y mujeres que admiran al padre Arrupe. En las convulsiones que siguieron al Concilio Vaticano II él transmitió a la vida religiosa, particularmente aunque no exclusivamente afectada por los cambios y las crisis que surgieron, su profunda convicción de que, oculto en esas dificultades, había un llamamiento del Espíritu que impulsaba a la Iglesia a enfrentarse con los nuevos desafíos y emprender una nueva evangelización. Mientras preparaba afanosamente ese camino hacia un nuevo horizonte de la vida consagrada al servicio de la Iglesia después del Vaticano II, el padre Arrupe tuvo que esperar contra toda esperanza. Pero a los diez años, apenas cumplidos, de su muerte, es prematuro situar la misión del padre Arrupe dentro de la historia posconciliar. Para llegar a la beatificación de una persona no es suficiente la admiración por su obra, sacar documentos de los archivos, documentos que avalen los diversos aspectos de su personalidad, y presentar a la Santa Sede las pruebas que indique la heroicidad de su vida. En casos como el del padre Arrupe se trata de una labor de largo alcance. Más importante es saber si existe una extendida devoción al padre Arrupe. Es decir: si hay personas que acudan al padre Arrupe como intercesor con el Señor. Esta devoción sería un signo de que también el Señor desea la beatificación de su siervo.

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