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Pío IX y la Modernidad

La beatificación del Papa Mastai-Ferreti, que gobernó la Iglesia de 1846 a 1878, con el nombre de Pío IX, ha levantado las críticas que eran de esperar. Prescindiendo de sus difíciles relaciones con el naciente Estado italiano y de sus relaciones con los judíos, que dejo a consideración de historiadores objetivos, quiero fijarme brevemente en las cuestiones doctrinales:

Se le acusa a Pío IX de haber reprobado la Modernidad, y más en concreto, el poder omnímodo de la razón incluso sobre la Revelación, como también el haberse opuesto a las libertades democráticas, de religión, de conciencia, de expresión, al indiferentismo religioso, al socialismo y al comunismo, a la concepción laica del Estado, a las mayorías como fuentes de derecho, etc.

Todos estos temas y otros, a los que aquí no es oportuno referirnos, quedaron sintetizados en el Syllabus o elenco de proposiciones inaceptables para la doctrina de la Iglesia, promulgado el 8 de diciembre de 1864. Para la redacción del Syllabus consultó previamente, desde 1852, a los más destacados intelectuales católicos de la época, entre ellos a nuestro Juan Donoso Cortés, entonces embajador en Francia y uno de los más prestigiosos intelectuales europeos del momento.

No podemos hacer aquí un juicio completo del Syllabus. Si se lee hoy desapasionadamente, se encuentran en él muchas proposiciones, que, hoy y siempre, siguen siendo válidas. Otras no.

Pero lo valioso de los documentos de Pío IX, sintetizados en el Syllabus, así como los de su predecesor, Gregorio XVI, a veces más tajantes, es haber tenido la intuición certera de que, si se concedían indiscriminadamente las libertades de pensamiento, de conciencia, de moral, de religión, etc., que exigían los liberales y los masones, se caería en un caos ideológico, político, religioso y moral. Exactamente lo que ha sucedido. La Historia ha confirmado su intuición. Ésta es la situación de las sociedades avanzadas de hoy: un confusionismo religioso, moral, político, familiar, etc. Y como consecuencia un escepticismo y un relativismo inhumano. Ésa es la Posmodernidad. Eso es lo que Pío IX quiso evitar.

El Papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II (1962-1965) dieron un paso adelante en el proceso del conocimiento de la persona. Tanto Juan XXIII, en la encíclica Pacem in terris (1963), como el Concilio, en su Constitución pastoral Gaudium et spes y en la Declaración Dignitatis humanae, plantearon el problema de las libertades y los derechos del hombre de una manera nueva y más realista: la persona humana tiene obligación de buscar la verdad y el derecho de seguirla según su conciencia. Supuesto que busca sinceramente la verdad, hay que conceder a la persona los derechos de libertad religiosa, libertad de conciencia, de expresión, etc. El sujeto de derechos no es la verdad ni el error, sino la persona inteligente y libre.

Esto quiere decir que los Papas del siglo XIX advirtieron acertadamente del gravísimo peligro que encierran la razón y la libertad humana dejadas a sí mismas. El correr del tiempo ha justificado sobradamente las previsiones de aquellos Pontífices. Los Papas del siglo XX han visto que, a pesar de todo, hay que correr los riesgos de la libertad por respeto a la persona, y que hay que prevenirlos y superarlos con unas propuestas sinceras, pero no coactivas de la verdad. Es lo que hace el Papa actual. No parece, pues, que haya contradicción alguna entre Pío IX y Juan XXIII y sus sucesores, hasta Juan Pablo II incluido. En las enseñanzas de ellos se debe ver, más bien, un proceso de continuidad evolutiva y de perfeccionamiento en el conocimiento de la persona humana y de la sociedad civil.

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