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El coraje de no arredrarse

En qué medida la Iglesia está perdiendo la batalla de la vida en la opinión pública? ¿Cómo se traduce la cultura de la muerte en el espacio público?.

Comenzamos con un giro de cabeza hacia nuestro gran hermano del norte de América, del que inevitablemente nos vienen las modas y corrientes de uso y consumo mediático. El profesor Russell Shaw, en un excelente artículo recogido en el libro Comunicación y Cultura de la vida, publicado por la Librería Editrice Vaticana, recordaba cómo hace pocos años The Washington Post había ignorado completamente una multitudinaria manifestación a favor de la vida, que recorrió las calles de la capital norteamericana. En los días sucesivos, cientos de misivas de los lectores advirtieron, en la sección de cartas al director, este hecho. La única explicación que fue capaz de dar el diario señalaba que ninguno de sus periodistas tenía contactos frecuentes con personas relacionadas con los movimientos Provida. Debemos tener en cuenta, además, que según las investigaciones recientes sobre los valores de los profesionales del periodismo en Estados Unidos, esta profesión se caracteriza por una baja tasa de frecuencia de asistencia al culto religioso, conjugado con un alto nivel de permisivismo. El movimiento a favor de la vida no puede arredrarse ante los medios, es decir, ante los directivos, mandos intermedios y profesionales.

Ya en la encíclica Evangelium vitae, Juan Pablo II desenmascara el marco de la confrontación. Conviene que recordemos sus clarividentes palabras: Más allá de las intenciones, que pueden ser diversas y presentar tal vez aspectos convincentes incluso en nombre de la solidaridad, estamos ante una objetiva «conjura frente a la vida», que ve implicadas incluso a Instituciones internacionales, dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de difusión de la anticoncepción, de la esterilización y del aborto. Finalmente, no se puede negar que los medios de comunicación social son, con frecuencia, cómplices de esta conjura, creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo del progreso y conquista de la libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones incondicionales a favor de la vida.

LA ESPIRAL DEL SILENCIO

No olvidemos que estas palabras se encuadran en el contexto de la confrontación entre cultura de la vida y cultura de la muerte, entendida esta última como la legitimación y el soporte social, jurídico y ético de la acción contra los seres humanos más inocentes e indefensos. Es, según autores como G. Miranda, una visión social que considera la muerte de los seres humanos desde un cierto favor, que se traduce en una cadena de actitudes, comportamientos y leyes que la causan y la hacen posible. Si damos la vuelta al argumento, con Juan Pablo II también descubrimos que uno de los mecanismos de la cultura de la muerte, en la opinión pública, es que los signos positivos de vida encuentran, a menudo, dificultades para manifestarse y ser reconocidos públicamente en los medios de comunicación. Quizá por aquello que se dice en el periodismo clásico de que una buena noticia, no es noticia.

En la otra orilla, la de la siempre difícil definible opinión pública, nos topamos con fenómenos que reinan y gobiernan en el imaginario colectivo. Cómo no citar la teoría de la espiral del silencio, de la omnipresente socióloga E. Noelle-Neumann, cuando nos cuenta que las opiniones que compiten en el escenario público están desigualmente representadas. Unas se ven favorecidas por el hecho de aparecer repetidamente en los medios. Son las que conforman los climas de opinión, y son capaces de generar corrientes de asentimiento por parte de los consumidores, circunstancia que hace que las otras opiniones se aislen socialmente y pierdan la confrontación. Es decir, el debate se establece, en la percepción de los usuarios, en desigualdad de condiciones. Así, ante un clima de opinión favorable a la píldora del día siguiente, valga por caso, la dinámica de la producción de la información sistemáticamente se inclinará a generar informaciones y opiniones desde esa óptica. La persona que se enfrente a esa mayoría unánime se sentirá presionada a subirse al carro de un presunto vencedor, carro de fuego de paraísos nada inocentes. Y ni qué decir tiene que podemos seguir sumando corrientes científicas, teoría de la tematización, de las limitaciones, o la del periodista guarda-barrera, para explicar algo que nos ocurre y que de lo que parece no nos damos cuenta.

Lo que no podemos ser, incluso por mandato evangélico, es ingenuos. En una reciente carta pastoral, el obispo de Ávila insistía en la incidencia que la opinión pública tiene en la percepción del mensaje cristiano, incluso para los propios creyentes. Los discípulos de Cristo -señala monseñor González Montes- parecen haber sucumbido a un modelo de vida sin convicciones ciertas, de forma que su propia fe, minada de raíz, se debilita y poco a poco se va sustituyendo por convicciones a las que da cauce la opinión pública... Entre nosotros incluso, algunos celebrados escritores, considerados por la opinión oficial como cualificados intelectuales, son particularmente dados a la exhibición de una notable ignorancia en materia de religión; inconscientes muchos de ellos de los nuevos mitos a los que se han adherido después de haberse empeñado con dureza y pasión en la desmitificación del cristianismo.

AGUAFIESTAS, NO

Hay medios que achacan a la Iglesia el estar permanentemente aguando la fiesta del disfrute de la vida, de representar la cultura oscurantista de los peores pasados y de mostrar la realidad con la obsesión de la moral de esclavos. ¡Qué lejos están de una ponderada auscultación de la realidad de la Iglesia, que es la vida, que representa y que recuerda lo que significa la vida para todos los hombres y para todo el hombre!

Ahora bien, debemos confesar que carecemos de recetas mágicas. O que quizá nuestra principal solución arranca sólo de una auscultación de la realidad que mira favorablemente al hombre, incluso de la naturaleza de los medios de comunicación. Ante las campañas institucionalizadas que periódicamente se representan en el escenario de la cultura de la muerte, no nos basta sólo con contratar a las más relevantes empresas de ingeniería social, como hicieron los obispos norteamericanos, en abril de 1990, con la Hill and Knowlton. Tenemos que ser conscientes de que nuestro argumentario, todo lo lógico y lo específico que creamos, se enfrenta a las rutinas de producción de unos medios viciados por su propia historia de intereses nada inocentes. Una vez, el cardenal O«Connor, preguntado por las posiciones ideológicas de la prensa neoyorquina, señaló algo que bien pudiera, mutatis mutandis, traerse a nuestros predios: Por ejemplo -dijo-, en la prensa sensacionalista, por cada artículo que me pone en la picota, aparece otro que me elogia. Pienso que el «New York Times» ha intentado, en más de una ocasión, ser justo con la Iglesia, pero están tan obcecados en su ideología proabortista que nunca van a conseguir ese derecho. Nunca serán capaces de redactar un editorial que se deje leer sobre este tema.

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