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La Iglesia no «fabrica» santos

En España se hacen con cierta frecuencia críticas contra los obispos que promueven las causas de beatificación de los mártires de la persecución religiosa de los años treinta y contra el mismo Papa que los eleva a los altares. Se aducen como argumentos para decir que esto no es oportuno manidos tópicos: Reabre viejas heridas; aviva los tristes recuerdos de una guerra fraticida; y revela el anquilosamiento político y social de la Iglesia

Han pasado ya más de sesenta años de aquella tragedia y parece ridículo a estas alturas seguir dando vueltas al tema de las viejas heridas, que están más que cicatrizadas en una España que el próximo año cumplirá veinticinco de democracia. Ya va siendo hora de que asumamos nuestro pasado con perspectiva histórica, porque la mayoría de españoles nacimos después de 1939. La guerra civil tiene que ser estudiada como las guerras púnicas o las carlistas. Pero hay algunos interesados todavía en mantener el fuego vivo y la llama ardiente; es decir, en perpetuar la división entre los españoles.

Razonan así algunos medios de comunicación expertos en calumniar, denigrar, ridiculizar y violar los sentimientos religiosos de la mayoría de los españoles. Pero son, eso sí, muy respetuosos con el Islam, con los hebreos y con las religiones y filosofías orientales, con los que no se meten nunca, con respeto hacia todas las creencias. ¡Qué paradoja!

EL FANTASMA DE LA CRUZADA

Estas críticas me recuerdan un informe que el embajador francés Labonne envió en 1937 a París, diciendo: La España republicana se dice democrática& Hace mucho tiempo ha aceptado el ejercicio del culto protestante y del culto israelita (apenas había entonces protestantes y hebreos). Pero permanece muda hacia el catolicismo y no le tolera en absoluto. Para ella el catolicismo no merece ni la libre conciencia, ni el libre ejercicio del culto.

Estos medios de comunicación se consideran progres y modernos, pero son dogmáticos e intolerantes con quienes no piensan como ellos. Tienen a gala sacudirle leña a la Iglesia y decirle lo que tiene que hacer. Y, para asustarla cuando no hace lo que ellos quieren, sacan a relucir el fantasma de la cruzada, término que sólo ellos usan por intereses evidentemente partidistas. Pero hay que estar muy atentos para no picar en el anzuelo.

Quienes defienden tan extrañas tesis están hartos de hacer homenajes, levantar monumentos, dedicar calles y plazas a personajes -algunos de ellos muy funestos- responsables de la tragedia que vivió aquella España, hoy plenamente rehabilitados. Han hecho y siguen haciendo exactamente lo mismo que los nacionales al terminar la guerra con los suyos. Tienen derecho a ello porque son descendientes de la legalidad republicana, aunque espúreos, pero el maniqueísmo y el sectarismo son evidentes.

Lo triste del caso es que muchos católicos, e incluso algunos curas, frailes y monjas, se han creído la fábula y también se indignan y protestan porque el Papa crea división y reabre viejas heridas cuando fabrica santos, aunque lo ha hecho con gran prudencia pasado ya más de medio siglo de aquellos sucesos: es decir, el tiempo previsto por PabloVI, que no consideró oportuno hacerlo hasta que a España volviera la democracia plena.

Saben que mienten cuando acusan al Papa de beatificar a los del bando nacional, porque esto es falso, ya que los mártires no eran de ningún bando político. En la zona republicana fueron martirizados por ser sacerdotes y no de porque eran nacionales. No fueron caídos en acciones de guerra, ni víctimas de la represión ideológica, sino mártires de la fe católica. ¿Qué sentido, si no, tenía destruir iglesias y objetos de culto?

UNA IGLESIA NUEVA

¿Qué decir, entonces, de los Hermanos de La Salle de Turón, que serán canonizados el próximo 21 de noviembre? Éstos fueron martirizados en 1934 cuando todavía faltaban dos años para la guerra y ninguno de ellos se había metido jamás en política. Todos estaban cumpliendo su misión de educadores de los hijos de los mineros asturianos.

El Papa ha canonizado y beatificado a un gran número de hombres y mujeres de los cinco continentes, de toda edad, raza y condición.Son cerca de 300 los santos y casi mil los beatos de estos veintiún años de pontificado. Entre ellos hay más de 400 mártires del siglo XX, de los cuales 230 son españoles. En España hubo cerca de 10.000 mártires.

De este modo, el Papa da al mundo el testimonio de que la Iglesia, a pesar de las miserias e infidelidad al Evangelio de sus hijos, en todos los tiempos, pero sobre todo en el siglo XX, ha sido una Iglesia en la que ha florecido la santidad evangélica, no de forma excepcional o esporádica, sino en formas extraordinariamente numerosas y diversas. Es la demostración más evidente de la vitalidad de una Iglesia que no está anquilosada, como algunos dicen, sino muy viva, cada vez más viva.

La Iglesia no fabrica santos, como se dice.Los santos son personas como nosotros, que se santificaron con su vida, con su trabajo y con su testimonio de fe, esperanza y caridad. Y algunos de ellos con la prueba del martirio.

La Iglesia ni los inventa ni los fabrica; lo único que hace la Iglesia al beatificarlos es animar a los cristianos de hoy a emprender el camino de la santidad, tratando de vivir el Evangelio incluso cuando las situaciones son difíciles y peligrosas para la misma vida. Porque nuestro mundo necesita el testimonio no de personajes efímeros y vacíos de contenido sino de gigantes de fe y de la caridad; sobre todo de los mártires, esos auténticos atletas del Evangelio que a lo largo del sigloXX han muerto en cualquier parte del mundo y son portadores de un mensaje de paz, tolerancia, comprensión y reconciliación.

En este mundo no recibieron medallas de oro ni de plata, ni premios ni galardones; no ocuparon las portadas de periódicos y revistas. Pero ganaron la palma del martirio con el testimonio de su vidas santas coronadas con el derramamiento de la sangre.

Por ello, hacen muy bien los obispos promoviendo sus causas de beatificación y hace mucho mejor el Papa al reconocer que se hicieron santos. Por eso los eleva a los altares como modelos dignos de imitación.

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