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El caso de los pederastas

No es fácil afrontar la cuestión de los sacerdotes pederastas. Afortunadamente, el Papa lo ha hecho con su sabiduría inspirada por el Espíritu Santo. Con gran valor, con rapidez, tomó «el toro por los cuernos» y llamó a Roma a los cardenales norteamericanos. Por si había dudas sobre su opinión personal acerca del problema, en el discurso inaugural de la reunión quiso Juan Pablo II dejar las cosas claras: en el sacerdocio no hay lugar para los pederastas. Con razón, el cardenal Mc Karryck, arzobispo de Washington, dijo al día siguiente que tras esas palabras del Papa estaba todo claro. Así fue. El resultado de la reunión, como refleja el comunicado final, es el de expulsar inmediatamente a los que cometan ese abominable delito y no menos terrible pecado. No habrá segunda oportunidad. Es demasiado importante -los derechos de los menores de edad- lo que está en juego. Pero los obispos de EE UU han ido aún más lejos. Han advertido que emprenderán las investigaciones pertinentes para controlar e incluso expulsar del sacerdocio a los que sean susceptibles de llevar a cabo esas monstruosidades. Por último, no sólo no cuestionan el final del celibato sacerdotal, sino que reafirman su validez plena, pues no hay ninguna relación entre castidad y pedofilia, como demuestra el hecho de que muchos de los que abusan de menores están casados o pueden estarlo, y si no que pregunten a los niños de lugares como Tailandia.

Por último, en la carta que han enviado a sus sacerdotes -y por extensión a todos nosotros- les piden disculpas por haber fallado en su deber de evitar situaciones así, ya que en buena medida la culpa fue suya al aplicar un corporativismo dañino, teñido de falsa caridad, que permitió a varios sacerdotes ir de parroquia en parroquia reincidiendo. Hasta aquí, lo acordado en la reunión de Roma. Pero he echado en falta un aspecto. ¿Qué pasa con las falsas denuncias? No pretendo decir que estas acusaciones lo hayan sido. Estoy seguro de que la mayor parte de ellas son verdaderas, pero en el pasado se han dado casos de acusaciones sin fundamento, basadas en la ambición económica o la venganza. Como cura me pongo a temblar ante la posibilidad de ser víctima de algo así. Hay que proteger a los niños. Este es el primer objetivo, el principal. Pero también tendrá alguien que proteger a los curas. ¿O no?

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última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1279 el 2005-03-10 00:25:45