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Luis Suárez reivindica la legitimidad del «Papa Luna»

«Durante el tiempo que Pedro Martínez de Luna rigió (primero como legado en España y Francia, y después como Papa) la Iglesia, hizo una gran cantidad de cosas que han permanecido y que forman uno de los elementos esenciales de la modernidad», ha señalado a ABC el académico Luis Suárez, autor de «Benedicto XIII, ¿Papa o Antipapa?» (Airel), una completa biografía que reivindica la legitimidad del «Papa Luna» y su indudable protagonismo en el cisma que dividió a la Iglesia católica entre 1378 y 1414, y que supuso el germen de la futura división entre los cristianos, cristalizada por Martín Lutero un siglo después. «En ese ámbito y en ese tiempo, él fue Papa», apunta Suárez, quien reconoce que, «de haber vivido en ese tiempo, yo sería benedictista sin duda».

Para Suárez, «hay que tener claro que quienes obedecieron a Clemente VII y después a Benedicto XIII (los Papas cismáticos) fueron los países que después van a ser católicos, mientras que los que están a favor de Urbano VI (el Papa romano) son Inglaterra y Alemania, que después serán protestantes». Esto revela, a su juicio, «una curiosa paradoja, puesto que Benedicto XIII, doctrinalmente, defendió lo que hoy es la doctrina cabal de la Iglesia, lo que dijo el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes». La figura de Benedicto XIII (Papa desde 1394 hasta su muerte, en 1423, en la soledad del castillo de Peñíscola) es, para el historiador, fundamental para concebir la Iglesia actual. «Él defendía, frente a los nominalistas y conciliaristas, que la Iglesia no puede estar sometida al designio de las naciones». La postura contraria, según la investigación, era la sostenida por algunas universidades, entre ellas la de Wittemberg, «de donde sale Lutero».

«Lo único que se le puede echar en cara es que en 1394 (antes de la votación que lo eligió como Papa) firmó un documento donde se comprometía a abdicar si eso suponía el bien de la Iglesia, y no lo hizo», aclara. «Por eso, el Concilio de Constanza (1414) le retiró la obediencia, pero sin entrar en los orígenes de la legitimidad. Todas sus disposiciones se mantuvieron como ley de la Iglesia. Si no, no se hubiera podido hacer la reforma en España».

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