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Qumrán: últimas indagaciones

a) Cacería de manuscritos

Uno de los tópicos que más polvareda intelectual ha levantado en el terreno de la crítica textual durante los últimos años, se refiere sin duda a los llamados rollos del Mar Muerto. Como es bien conocido, se trata de un conjunto de pergaminos cuya existencia había sido desconocida hasta 1947; año en el que un pastor beduino descubrió por casualidad (como todos los grandes hallazgos) un pergamino oculto en el interior de una cueva del desierto de Jordania. Como dicho pergamino fuese adquirido a buen precio en un mercado próximo a esa región, inicióse entre los pobladores de esa región durante 1951 y 1956, una auténtica cacería de "rollos", que culminaría con la recopilación de unos 15 000 fragmentos, pertenecientes a 15 manuscritos diferentes, y a cuyo estudio se han abocado decenas de filólogos hebreos, hasta concluir que dichos textos fueron confiscados y escondidos por las legiones de Vespasiano (durante el siglo I de nuestra era) a una comunidad de habitantes asentados en las márgenes del Mar Muerto, la que por la austeridad de sus reglas y costumbres, ha llevado a los especialistas a creer que se trataba de una secta conocida con el nombre de los esenios.

Pero el interés que dichos fragmentos ha suscitado desde 1991 (año en que finalmente la comunidad académica tuvo acceso directo a ellos, pero cuya traducción completa aún no se posee) no pasaría de ser para nosotros un dato de importancia exclusivamente arqueológica para entender con mayor precisión la historia de uno más de los pueblos de Palestina, de no ser porque la investigación en torno al contenido de los mismos, ha arrojado conclusiones desconcertantes en el terreno de la erudición científica y religiosa hasta nuestros días. Una de ellas es la que considera que de dichos pergaminos sólo puede seguirse el replanteamiento de las bases neotestamentarias sobre las cuales se apoya la persona de Cristo redentor. A un examen de lo que esto significa, deseamos referirnos a continuación.

b) Racionalismo avinagrado

Todo comenzó en 1807, cuando el filósofo protestante, Friedrich Schleiermacher, lanzó la hipótesis exegética de que la primera epístola de San Pablo a Timoteo carecía de autenticidad, abriendo con ello las puertas a estudios de corte racionalista (como los de Bultmann o Holtzman), que no sólo apoyaban la anterior tesis de Schleiermacher, sino además la tesis de que todas las epístolas pastorales (es decir, las dos epístolas a Timoteo y la epístola a Tito) no habían sido escritas por San Pablo como lo ha venido sosteniendo la autoridad de los Padres de la Iglesia (toda vez que al haber comparado el estilo usado por éste con el de dichas epístolas, infirieron que el estilo de estas últimas era notablemente diferente al usado habitualmente por Pablo en sus demás epístolas). [1]

Mas la primera afirmación seria realizada con motivo del citado hallazgo, tuvo lugar a principios de los noventa, cuando Michael Weiss (insigne hebraista de la Universidad de Chicago) sustentó la tesis de que Roma había tenido un especial interés en tomar bajo sus manos el "control" de la investigación histórica relativa al siglo I, impidiendo a través de la prestigiosa École Biblique de Jerusalem (fundada por F. Marie Joseph Lagrange O.P., a quien el rey Hussein de Jordania cedió los manuscritos) la publicación y difusión de esos escritos, por considerar que las conclusiones contenidas en ellos podrían llevar a cambiar las tesis y las ideas fundamentales sobre las que plurisecularmente se han basado las enseñanzas acerca del valor y el alcance del Nuevo Testamento.

Pero hay más. Lo que los encomiastas de dichos manuscritos han llegado a creer, es que precisamente por haber sido escritos antes que los libros del Nuevo Testamento, es a partir de dichos manuscritos y no a partir del Nuevo Testamento (incluyendo por supuesto los Evangelios y las epístolas de Pablo) de donde hay que extraer las bases históricas para poder fijar lo que realmente ocurrió durante el siglo I a.C. y el siglo I d.C.

Lo anterior significaría que el cristianismo del siglo I d.C., no fue un movimiento nuevo, ni trajo consigo un mensaje nuevo respecto al judaísmo de ese tiempo. En pocas palabras, el cristianismo no tuvo por origen las comunidades primitivas asentadas en Roma durante la época de Pablo y Pedro, sino más bien se remontaría su origen a la existencia en Qumrán (=Gomorra, en hebreo), de una comunidad de judíos que se bautizaban y creían en la resurrección, [2] quienes voluntariamente decidieron apartarse del resto, con el fin de llevar una vida dedicada a la ascesis. La existencia de esta secta (del verbo latino sequi, es decir, "seguir a otro", más que del verbo secare: "cortar con los demás") no tuvo importancia histórica, según Weiss, precisamente porque el cristianismo en cuanto tal, sólo comenzó a delinearse como religión independiente mucho más tarde en el siglo II d.C., hasta consolidarse jurídicamente bajo el imperio de Constantino.

Pero si resulta que durante más de diecinueve siglos la conciencia intelectual de Occidente ha creído lo contrario de lo que hasta aquí hemos recogido, es decir, que Cristo no fue el miembro de una pequeña secta monástica pacifista que habitaba a orillas del Mar Muerto (como sí lo ha sustentado Robert Eisenmann, profesor de la Universidad de California), ni el militante fanático de un movimiento mesiánico desestabilizador como los zelotes (al cual perteneció Judas Iscariote), no es muy difícil percibir la necesidad de precavernos ante el equívoco que tales hipótesis históricas encierran.

La primera implicación que trae consigo la adopción de los supuestos arriba enumerados, es que con ellos se cuestiona nuevamente la originalidad de los Evangelios. [3] Si los rollos son la base del comienzo de la iglesia cristiana, la interpretación de los evangelios debe haber sido distorsionada. Así, por ejemplo, si el cristianismo cree que Jesús inició una religión pacifista, que nos pedía amar a nuestro prójimo y poner la otra mejilla, Eisenmann, en cambio, cree que los rollos se refieren a los cristianos como un grupo agresivo y violento dedicado a la venganza; cree que San Pablo alteró deliberadamente las enseñanzas militantes de Jesús para hacerlas más aceptables a los romanos. Así, el punto de vista del Qumrán sería la antítesis de los evangelios, y la figura de Santiago (identificada por Eisenmann en los pergaminos como «el») es la antítesis de San Pablo (identificada por Eisenmann como «el»).

Al tenor de esta postura, los evangelios no son históricos (esto es, no narran lo que realmente sucedió), sino más bien romances helenísticos. No importa lo que Jesús haya sido: lo importante es que no fue como se describe en las Escrituras, y lo que fue se acerca más al material de Qumrán.

Acerca de estas opiniones, no podemos omitir una consideración breve y reflexiva de ciertos puntos, que al parecer han sido opacados y soslayados.

c) No son lo más importante

Por un lado, conviene señalar que atribuir a la Iglesia el carácter de un organismo encargado de «introducir» para resguardar el «control» de las bases históricas del Nuevo Testamento y «detener» la divulgación del contenido de los rollos tal como afirman algunos es como lanzar golpes al vacío. No creo que alguien en el Vaticano estuviese «ardientemente» interesado en el contenido de dichos rollos, toda vez que la Iglesia ha proclamado siempre y en todos sus documentos relativos al valor de la Escritura, dos cosas.

Por un lado, la historicidad de los evangelios. Si por historicidad se entiende que fueron concebidos para narrar historias, entonces creemos ser verdad el hecho de que los evangelios no son históricos, toda vez que no fueron concebidos con el fin de relatar una historia, una biografía o una vida de Jesús. Su finalidad primordial fue inculcar una forma de vida, una enseñanza religiosa. Pero, sobre todo, el fin de los evangelios es, como San Juan (XX, 31) mismo lo afirma al final de su evangelio, transmitir una pistiV: "estas cosas han sido escritas para que creáis (ina pisteuhte) que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo (pisteuonteV) en él tengáis vida en su nombre".

Pero si por historicidad se entiende que narran acontecimientos reales, entonces no hay duda que los evangelios son históricos. [4] Si los evangelistas hubieran dicho lo que no es verdad, sus evangelios hubieran sido rechazados por aquella generación que era testigo de los hechos. Pero no existe ningún documento que muestre este rechazo. [5]

Es decir que "los evangelios no son libros de historia en el sentido moderno de la palabra; pero tampoco tratan de ofrecer nada que no sea histórico". [6]

Por otro lado, los rollos del Mar Muerto no son la fuente más importante para el estudio histórico del cristianismo, sino que son los otros documentos que ya teníamos antes de hallarlos, los más importantes para ello, y para entender lo que ocurría en el judaísmo entre un período de dos siglos antes de nuestra era y el primer siglo después de ella. Como ha dicho recientemente un cardenal, con ocasión de una conferencia acerca de la verdadera fecha del evangelio de San Marcos: "los eruditos tendrían que tener el valor de explicar por qué la tradición afirma ciertas cosas. No es suficiente decir que hay indicios en mi opinión, relativamente pocos de que puede ponerse en discusión el dato tradicional; tendrían que explicar por qué la tradición ha hecho determinadas afirmaciones y transmite determinados datos, si éstos no se corresponden con los hechos. Mientras no expliquen esto, yo seguiré siempre manteniendo alguna pequeña reserva sobre los indicios que puedan problematizar los datos tradicionales". [7]

Así, si es verdad que entre lo que tradicionalmente se ha creído y lo que algunos especialistas han llegado a creer, natura non facit saltus, tendremos que admitir la imposibilidad de derrumbar veinte siglos de historia cristiana, de una sola plumada.

Ahora bien. Si dichos manuscritos no fueron publicados en su momento por la École Biblique de Jerusalem, se debió a muchos motivos; ninguno de los cuales puede considerarse como perteneciente a una conspiración religiosa. Enfermedad y muerte de los investigadores son los motivos más probables, por los que ni siquiera hasta hoy nos es posible contar con toda la información disponible relativa al contenido de los mismos.

Más aún. El verdadero «control» de la publicación de los rollos de donde quizás derive la inasequibilidad e impenetrabilidad de aquéllos se inició en el sótano del Museo Rockefeller en Israel, donde durante treinta años había descansado una valiosa herramienta para ensamblar los textos no publicados: una lista en forma de diccionario que contenía todas las palabras usadas en los rollos, llamado concordancia.

Hace apenas nueve años, en 1988, un profesor a cuyo cargo se hallaba esta concordancia, facilitó treinta copias de ella a ciertas instituciones, bajo condiciones muy estrictas. Una de dichas copias fue a parar a la biblioteca del Colegio Hebreo Unión, en Cincinnati (Ohio) donde, sorprendentemente, un estudiante graduado en filología hebrea, ignorando las restricciones para usarla, y usando un programa de computación (¡nada nuevo en los Estados Unidos!) comenzó a reensamblar los textos no publicados hasta entonces, logrando reconstruirlos en una pantalla. Lo demás era relativamente sencillo, pues sólo tuvo que completar con ayuda de su tutor las palabras hebreas restantes. Y cuando se publicó dicha reconstrucción, la obra se condenó por plagio.

Claro está que los que la publicaron se defendieron argumentando que los materiales aprovechados por ellos para realizar dicha publicación, habían permanecido encerrados durante treinta años en la biblioteca del citado colegio, privando con ello a decenas de eruditos (algunos de los cuales murieron esperando saliese a la luz pública dicha información) de las palabras que nos dan las raíces de la civilización, la cultura y la humanidad.

Razones como el alcoholismo de los especialistas, o simplemente egoísmo, avaricia o el querer usar dichos textos para colocar a sus estudiantes, han sido algunos de los motivos por los que se había visto retardada la publicación de dicho glosario, por lo que no faltaron quienes calificaron de valiente la labor de los que publicaron tal reconstrucción. Sencillamente el hecho de que un pequeño grupo de investigadores hubiese mantenido subrepticiamente secuestrados datos de relevancia histórica durante tanto tiempo era a tal punto importante, que si se hubiese tratado de textos de ciencia, legiones de investigadores pertenecientes a la comunidad científica norteamericana se hubieran levantado en armas exigiendo a toda costa acceso directo a los mismos.

El siguiente golpe contra quienes real y efectivamente ostentaban el control de los textos, vino de una fuente diferente: la biblioteca Huntington, en Los Ángeles (California), donde el que fuera su director en 1990, encontró una bóveda al final de una de las salas de trabajo, que contenía una donación de fotografías completas de los rollos, hecha por una entusiasta de la fotografía de materiales bíblicos. Considerando nuevamente que ello retardaba la investigación, el director de la biblioteca tomó la decisión de abrir al público las puertas de la bóveda. No pasó mucho tiempo para que el jefe de editores del Comité de los manuscritos del Mar Muerto, le exigiera a aquél que entregase sus negativos. Algo así como si los editores estuviesen preocupados por perder el control de los rollos mediante la posible difusión de las fotografías.

A fines de julio de 1990, la biblioteca Huntington decidió retar directamente al grupo, y resolver la situación pro domo sua: no entregarían los negativos. Se les había advertido que de no entregar estos últimos, los editores entablarían una demanda judicial en su contra, hasta que un tribunal decidiese si era lícito o no que la biblioteca conservara para sí las fotografías.

Como la biblioteca Huntington sabía que si litigaba ante la opinión pública podría ganar, decidió hacerlo. Para ello, apeló a la libertad intelectual y de acceso a la información, que por derecho es de dominio público. Y, por supuesto, logró vencer. Con lo que la existencia de un selecto grupo de eruditos a cuyo cargo se hallaba el control de los rollos, acabó por diluirse.

Por lo que concierne al valor de los rollos, debe decirse que, ciertamente, es importante encontrar argumentos históricos, arqueológicos y literarios para explicar al hombre de hoy que su fe "no descansa sobre muletas", es decir, que cuenta con el suficiente respaldo documental para corroborar que su fe se funda en acontecimientos verídicos, y no en invenciones fantásticas producto de la ingenuidad crítica.

Por esto es importante Qumrán. Porque gracias a lo que nos han revelado sus papiros, sabemos que los primeros cristianos no fueron héroes legendarios como Triptolemo o Galatea, sino personas reales cuyas acciones y palabras, tal como han sido consignadas por Lucas y Pablo en la lengua de Homero (recuérdese que fuera del evangelio de Mateo, el griego es la lengua del Nuevo Testamento), son el reflejo fiel de lo que Cristo hizo, dijo y enseñó hace más de diecinueve siglos. [8]

Por todas estas razones, y de acuerdo con los conocimientos que la historia, la arqueología y la papirología de los primeros siglos han podido aportar, tenemos que las hipótesis propuestas por Eisenmann acerca del supuesto valor mesiánico de los fragmentos analizados por él, son absolutamente carentes de fiabilidad y verosimilitud. Como sostiene un filólogo alemán: "el suyo no es un error, sino un fraude internacional con guisos de verdad. En el mundo académico está considerado un marginal. Sus tesis no son aceptadas porque están basadas sólo sobre algunas frases de Qumrán (...).El mismo confiesa abiertamente su intención: quiere demostrar que el cristianismo no es una religión independiente". [9]

Si tuviésemos que otorgarle el beneficio de la duda, habría que decir que su teoría acerca de los orígenes del cristianismo sólo puede ser cierta si los rollos cruciales para su teoría fueron escritos anno domini, es decir, no mucho después de la crucifixión. Ahora bien, los manuscritos pueden fecharse por el tipo de escritura, es decir, según la forma de las letras, llamado paleografía. Algunos manuscritos se copiaron en el período herodiano, lo que ciertamente los hace contemporáneos a los eventos del Nuevo Testamento. Pero el contenido interior de los documentos indica que se elaboraron mucho antes, ya sea en el siglo II a.C., o cuando mucho en el siglo I a.C. (lo mismo sucede con una Biblia: no importa cuándo se copió, pues puedo comprar una Biblia impresa en 1997 y no tendrá nada que ver con la fecha en la que se escribió). Esto hace imposible que cualquiera de los eventos relatados en los documentos se refieran al Nuevo Testamento. De modo que hablamos de textos existentes antes de Jesús y del inicio del cristianismo.

Finalmente, un grupo de filólogos hebreos de diversas partes del mundo, firmó recientemente una declaración suscribiendo que los profesores Robert Eisenmann y Michael Weiss, habían plagiado varios textos para su nuevo libro; hecho que ya a nadie sorprende, si se considera que la publicación exhaustiva de las investigaciones en torno al tema, así como la edición crítica de todo el material encontrado hasta 1997, todavía no ha sido escrita. Tendremos que esperar hasta el año 2015 para ver una edición crítica en español de los rollos: incluyendo papiros completos, pergaminos y fragmentos. Mientras tanto, la controversia sobre las traducciones e interpretaciones aún continúa.

NOTAS

[1] Otra de las razones invocadas por los epígonos de SCHLEIERMACHER (1708-1834) era que la organización de la Iglesia no podía encontrarse en un estado tan avanzado como el que Pablo describe en sus epístolas pastorales, y que los errores combatidos por él en el mismo lugar hacen pensar más bien en el gnosticismo del ya bien avanzado siglo II d.C.

[2] Las semejanzas entre dicho grupo y los cristianos quedarían reforzadas para algunos por el hecho de que en dichos manuscritos aparece frecuentemente la alusión a un mesías con cualidades de redentor. Pero como veremos, este hecho no es prototípico de dichos manuscritos, sino que ya aparece en los libros proféticos como el de Isaías, casi cinco siglos antes de Jesucristo.

[3] La primera tuvo lugar a principios de este siglo, con motivo de la llamada crisis modernista. Cfr. ILLANES, J. L.-SARANYANA, J. I., Historia de la Teología, B.A.C., Madrid, 1995, p. 319.

[4] "La Santa Madre Iglesia, firme y constantísimamente, ha sostenido y sostiene que los cuatro evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, nos transmiten fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, hizo y enseñó": CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum, n.° 19.

[5] CIURANA, José María: La verdad del cristianismo, Ed. Bosch, Bar-celona, 1980, III, A.

[6] Biblia de Jerusalén. Introducción a los Evangelios sinópticos, Ed. Desclée, Bilbao.

[7] Apud SOCCI, Antonio: "Versículos prohibidos", en 30 Giorni, vol. VI, núm. 54 (1992), p. 42.

[8] En 1972, el P. José O'CALLAGHAN S.J., descifró el contenido de varios fragmentos de papiros encontrados en una de las diez cuevas de Qumrán. El texto descifrado por él, procedente de la cueva 7, resultó ser una copia del Evangelio de San Marcos, enviada a Jerusalén por la cristiandad de Roma (recuérdese que Marcos fue intérprete de Pedro; y antes de que éste muriese crucificado en Roma en el año 64, la comunidad de Roma le pidió a Marcos que redactase la catequesis del príncipe de los Apóstoles, lo cual parece haber tenido lugar en Roma, según afirma el P. LAGRANGE : Evangelie selon Saint Marc, París, 1929, p. CVII, cit. pos. ROBERT, A.-TRICOT, A.: Iniciación bíblica. Introducción al estudio de las Sagradas Escrituras, Ed. Jus, México, 1967, p.196)
Este descubrimiento, que es considerado como el más importante de este siglo sobre el Nuevo Testamento, fue posible gracias a uno de los rollos del Mar Muerto.

[9] Carsten Peter THIEDE, director de la Christliche Medien-Akademie de Wetzlar. Detalles del debate pueden consultarse en: 30 Giorni, año V, núm. 51 (1991), p. 54 ss.

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