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Jesucrísto no figuraba

Medio siglo después del hallazgo de los manuscritos de Qumrán, en el mar Muerto, persisten las incógnitas sobre aquella exclusivista y primitiva comunidad cristiana. ¿Fue Jesucristo uno de sus miembros? ¿Quiénes escribieron aquellos textos 160 años antes de nacer el Mesías?

Llegaba el año 1946 a su final cuando tres pastores pertenecientes a la tribu beduina T'amireh y llamados Jalil Musa, Jum'a Mohamed y Mohamed ed Dhib encontraron de forma casual un conjunto de manuscritos en una cueva situada en Qumrán, un enclave cercano al mar Muerto. Entre esa primera visita y otra realizada a inicios de 1947, los beduinos se hicieron con la posesión de siete rollos y un par de jarras donde se guardaban diversos textos.

Para la primavera del mismo año, los hallazgos habían cambiado de manos y obraban en poder de dos anticuarios árabes, Jalil Iskandar Shalim, alias Kando, y Faidi Salahi. Cuatro de los rollos que luego recibirían el nombre técnico de 1Qisa, 1QpHab, 1QS y 1QgnAp fueron adquiridos por Athanasius Yeshue Shamuel, archimandrita del convento de san Marcos de Jerusalén. En esa época el director de la American Society of Oriental Research (ASOR) los examinaría evaluando su antigüedad y realizando fotografías de su contenido.

Muy pronto entraría en escena E. L. Sukenik, profesor de la Universidad hebrea de Jerusalén, institución que adquirió los tres manuscritos restantes (1QM, 1QH, 1Qisb) junto con las dos jarras.

El hallazgo de los manuscritos dejó de manifiesto la necesidad de realizar unas excavaciones arqueológicas que permitieran acceder a otros posibles documentos. Los beduinos se negaron a revelar el lugar por temor a perder futuros botines y hubo que recurrir a la Legión árabe para localizar la cueva. Las excavaciones se iniciaron bajo la dirección del padre R. De Vaux, director de la Escuela Bíblica francesa de Jerusalén, y de G. L. Harding, el director del departamento de Antigüedades jordano.

LA RAPIÑA

La primera sorpresa que encontraron los arqueólogos fue que los beduinos se les habían adelantado llevándose de la cueva el material más interesante y dejando únicamente unos 600 fragmentos pertenecientes a una setentena de manuscritos. Se trataba de una competición que apenas acababa de empezar. Mientras entre 1951 y 1956 los arqueólogos excavaban, los beduinos se dedicaron a buscar nuevos objetos que vender al mejor postor. Al principio, el resultado anduvo bastante igualado. En 1952, los beduinos descubrieron las cuevas dos y cuatro, mientras que los arqueólogos hacían lo propio con la tres y la cinco. Pero, en 1956, los beduinos dieron con la cueva seis y los arqueólogos con las siete, ocho, nueve y 10. Se pudo determinar que en Qumrán había vivido una comunidad a lo largo de tres periodos de tiempo bien definidos.

El primero se inició en alguna fecha situada entre el 161 y el 143 a. de Cristo y correspondió a la ocupación que de una antigua fortaleza realizó un colectivo que añadió a un edificio rectangular y a una cisterna circular ya existentes dos cisternas rectangulares y dos hornos de alfarero. Entre el 103 y el 76 antes de Cristo, las instalaciones se ampliaron con un sistema para aprovechar el agua de un arroyo cercano, una torre y algunos almacenes y talleres. En la época de Herodes el Grande (37-4 a.C.), el enclave sufrió un terremoto o un incendio y se produjo un abandono del lugar que no volvió a ser ocupado hasta el reinado de Arquelao (4 a.C. 6 d.C.) permaneciendo en esa situación hasta el 68 d.de C. en que las fuerzas romanas en guerra con los judíos lo ocuparon. Se inició así un tercer periodo que duró hasta el año 73 d.C. cuando Roma obtuvo la victoria tras la toma de la fortaleza de Masada.

El proceso de adquisición de los manuscritos por el estado de Israel fue dilatado y difícil. Si, como ya mencionamos, el profesor Sukenik adquirió los primeros en los años 40, en 1954, la universidad hebrea logró también, tras un prolongado regateo, comprar los manuscritos en poder del archimandrita. El punto final se produjo en 1967 cuando, con ocasión de la guerra de los seis días, Israel se incautó del último documento que aún estaba en posesión del anticuario Kando, lo que dio inicio a un pleito que duró dos años y por el que el estado israelí se vio obligado a indemnizar a Kando con una cifra superior a los 100.000 dólares. Para custodiar los materiales, el estado de Israel construyó el museo Santuario del Libro.

No todos los problemas relacionados con los documentos del mar Muerto iban a encontrar una solución tan fácil en aquellos años.De hecho, dos permanecerían durante las décadas siguientes. El primero, meramente técnico, fue el de la publicación concluida finalmente con el anuncio por parte de la Oxford University Press de que la colección, de 39 volúmenes, aparecerá este mismo mes bajo el título de Discoveries in the Judaean Desert, 52 años después de la publicación de los primeros textos.

La combinación de esta dilatada labor con los crecientes rumores sobre el verdadero contenido de los manuscritos provocaría una avalancha de literatura sensacionalista que pretendería encontrar en Qumrán no sólo indicios de una vida oculta de Jesús, sino también de los antepasados de masones y los rosacruces e incluso huellas de extraterrestres. Alguno de estos libros ha producido pingües beneficios a sus autores y editores el que suscribe estas líneas recibió hace años un ofrecimiento para escribir un fraude literario semejante bajo seudónimo pero su base historiográfica es nula.

De los documentos se puede decir que algunos son simplemente reproducciones de los textos bíblicos; otros son textos religiosos judíos que han llegado hasta nosotros también a través de otras fuentes. Finalmente y esto es lo más importante nos encontramos con un conjunto de obras diversas que nos permiten adentrarnos en las costumbres y en la ideología de la comunidad establecida en Qumrán desde su aparición.

Es precisamente entre estos documentos donde hallamos la figura enigmática de un personaje, fundador del movimiento, al que se denomina con el título de Maestro de Justicia. Al parecer, perteneció al grupo de judíos que en torno al 165 a.C. se enfrentaron con el rey helénico Antíoco IV Epífanes, que pretendió acabar con Israel y que llegó a profanar el templo de Jerusalén.

Fue derrotado pero durante el proceso de posguerra, algunos se sintieron desilusionados con la manera en la que se configuraba la nueva sociedad judía. Entre ellos se encontraba el Maestro de Justicia que logró reunir a algunos seguidores, posiblemente pertenecientes al movimiento religioso de los esenios, y marchó a vivir a orillas del mar Muerto en Qumrán, donde creó una comunidad exclusivista que esperaba la irrupción de Dios en la Historia legitimando las interpretaciones del Maestro de Justicia. Al parecer, el Maestro falleció tras una incursión contra la comunidad protagonizada por un antiguo camarada que ahora militaba en el bando oficialista.

¿Qué sucedió con sus seguidores? Aunque alguno combatió en Masada contra los romanos, lo cierto es que la Historia los engulló y sólo hallamos posibles huellas de ellos en la secta judía medieval de los karaítas, que se oponía a las interpretaciones oficiales del judaísmo contenidas en el Talmud.

JESUS Y QUMRAM

¿Pudo pertenecer Jesús de Nazaret a la comunidad de Qumrán o ser el Maestro de Justicia? La segunda pregunta sólo admite una respuesta negativa dado que el Maestro de Justicia vivió dos siglos antes de Jesús y, sobre todo, era muy diferente a él.Pertenecía a la tribu de Leví (Jesús a la de Judá), era sacerdote (Jesús, no), sentía una enorme carga de culpa religiosa (Jesús se presentaba como impecable), se negaba a participar en las ceremonias del templo de Jerusalén (Jesús las frecuentó) y seguía una visión del judaísmo rigorista y exclusivista que choca frontalmente con la que tenía Jesús.

Descartada pues esa hipótesis persiste la cuestión de si Jesús pudo ser un miembro del grupo de Qumrán. Las coincidencias entre Jesús y el mundo de los manuscritos del mar Muerto no son escasas.En ambos casos, nos hallamos con una cosmovisión nacida del judaísmo.Asimismo, algunos de los adversarios de Jesús, como eran los saduceos que dominaban el Templo o los fariseos, también aparecen en los documentos del mar Muerto descritos bajo una luz negativa.De la misma manera, tanto Jesús como los miembros de la comunidad de Qumrán eran célibes. Además, en los dos casos encontramos referencias repetidas a la imposibilidad del ser humano para salvarse por sus propios medios y a la necesidad de confiar en la acción de Dios para llegar a alcanzar la vida eterna.

Pero también hallamos diferencias notables entre las enseñanzas contenidas en los documentos del mar Muerto y las de Jesús. Los sectarios de Qumrán ponían un enorme énfasis en el ritual religioso, que incluía un sofisticado sistema que se prolongaba durante años, para acabar formando parte de la comunidad o la práctica cotidiana de abluciones purificadoras.

Seguían con rigor especial los preceptos relativos a los alimentos puros e impuros, contaban con un bien estructurado sistema sacerdotal que pretendía equivaler al del templo de Jerusalén y abogaban por una fidelidad estricta a la tradición religiosa que se había originado en el Maestro de Justicia. De la misma manera, excluían del seno de la comunidad a las mujeres y a cualquier persona que pudiera padecer alguna enfermedad o tara física. Finalmente, creían en la aparición de dos mesías, uno que, siguiendo las profecías sobre el Siervo sufriente formuladas en el libro del profeta Isaías, debía morir y en otro que tendría como misión triunfar sobre los enemigos de Dios.

Todos y cada uno de estos aspectos se ven criticados frontalmente en las enseñanzas de Jesús. De hecho, fue un gran acierto argumental de Lewis Wallace, el autor de Ben Hur, el convertir a la madre y a la hermana del protagonista en dos leprosas curadas por Jesús fundiendo así dos de sus comportamientos más habituales y poco comunes en el mundo antiguo.

Incluso su visión del mesianismo resultaba bien diferente a la de los esenios de Qumrán. Además, la muerte del Maestro de Justicia no significó el final de su movimiento, pero lo colocó en una dinámica que se traduciría finalmente en su desaparición. En el caso del cristianismo sucedió todo lo contrario.

A pesar de todo, los documentos que los seguidores del Maestro de Justicia nos dejaron constituyen un rico y sustancial legado histórico. En ellos encontramos una interesante faceta del judaísmo del segundo Templo (s. II a.C. s. I d.C.), descubrimos el afán de un colectivo minoritario aferrado a unas enseñanzas y reticente ante la idea de desaparecer y palpamos una cosmovisión que descansaba sobre la convicción de que el mundo se asienta sobre bases no meramente materiales sino también espirituales.

La editorial Oxford University Press publica este mes la primera edición crítica del histórico hallazgo

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