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Una Europa Cristiana

Confío en que el Parlamento surgido de las elecciones celebradas ayer en toda Europa asuma nuestras raíces cristianas y la tradición judeo-cristiana de donde parte, sin duda, la moderna y gran idea de la unidad europea. Sólo tenemos que asomarnos a sus padres fundadores para darnos cuenta de que Schumann, Adenauer, De Gasperi o Monnet eran católicos, uno incluso en proceso de beatificación. Resulta incomprensible el frontal rechazo a la inclusión de una referencia en el Preámbulo a esa tradición y esas raíces por quien dirigió los trabajos de la Convención, pues aunque Giscard d´Estaigne es francés e hijo de esa concepción laicista e inquisitorial surgida de la Revolución francesa, nadie ha pretendido imponer una religión o una Europa confesional ni enfrentar esa idea de Europa a los turcos musulmanes o a los musulmanes que viven en Europa. No olvidemos que de lo que se trata, además de tener una Europa económicamente próspera y con peso en el mundo, es de que se fortalezcan y extiendan por todo el orbe esos principios de libertad, igualdad y amor al prójimo o fraternidad, que no son el lema de los revolucionarios franceses surgidos de la Ilustración, sino los principios milenarios de los libros sagrados que fueron ordenados, como si de un puzle se tratara, por la palabra de Cristo y que se ofrecen no sólo al pueblo elegido, sino también a toda la humanidad.

Me ha impactado profundamente la lectura del libro «Una Europa cristiana» escrito por el profesor Weiler, de la Universidad de Nueva York, donde dirige el Centro Jean Monnet de estudios europeos e internacionales. Como el autor es judío, nos cuenta sin ningún tipo de complejos: «En el curso de la redacción de este libro he escuchado repetir infinitas veces a mis amigos católicos no practicantes: yo lo sé todo del cristianismo. Pero lo que sabían ellos no eran más que las migajas de la infancia, los recuerdos desagradables, o lo que les quedaba del catecismo y de la confirmación. En efecto, con frecuencia sabían poco o no sabían nada de los últimos 25 años de la vida de la Iglesia». Ahora recuerdo que un rabino amigo mío se me ha quejado en muchas ocasiones por la pasividad de los cristianos ante los sucesos de la vida política, pues «teniendo una religión tan bella, vivís como en un gueto». Parece como si los cristianos, especialmente los católicos, tuviésemos vergüenza por creer en Dios y proclamarlo. Coincido plenamente, pues, con estas opiniones y disiento de quienes sostienen que las creencias y la religión son una cuestión meramente privada. Por el contrario, informan todos los actos de nuestras vidas.

Por fin se han acabado las elecciones y nuestros gobernantes se dedicarán ya, sosegadamente, a seguir construyendo el país. La política exterior de España podrá entrar ahora en una etapa más constructiva. Sinceramente no veo que sean tantas las diferencias que separen a socialistas y populares en esta materia y quizás debería comenzarse a trabajar en un acuerdo estable que reconstruya nuestro papel en Europa y en el mundo, papel que sea asumido por los principales partidos políticos. Y ya que el 82 por ciento de los votantes del PSOE se define como católico, creo que Zapatero daría un paso histórico si asumiese las tesis de Juan Pablo II o de Weiler sobre la Constitución europea. ¿Por qué no?

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