conoZe.com » Veritas et cetera » Temas » El extraño caso del cura de Valverde del Camino

De homosexuales, curas y racionalidad

Las recientes declaraciones del cura párroco de Valverde del Camino, reivindicando su derecho a ser homosexual y lo que es mucho más importante a ejercer públicamente de tal han saltado a la primera página de casi todos los periódicos españoles. Como siempre que se plantean dudas sobre la interpretación de un problema de teología o derecho canónico, lo primero que se ha puesto de manifiesto es la profunda ignorancia que tanto los periodistas como la opinión pública incluso la que se declara católica tienen sobre todas las cuestiones relacionadas tanto con lal doctrina como con la organización misma de la Iglesia. Es verdad que en España, a diferencia de otros países, tradicionalmente sólo han estudiado estos temas quienes han pensado dedicarse a la vida religiosa. Pero antes, al menos, los que se consideraban católicos tenían algunas ideas más o menos claras de lo que significaba pertenecer a la Iglesia. Hoy todo esto ha desaparecido. Y, aunque no frecuento demasiado los ambientes clericales, algunas experiencias personales me indican que la incultura de los propios sacerdotes, en lo que a estas cuestiones respecta, empieza a ser también considerable. En resumen, los curas españoles saben muy poco de lo que deberían saber y pretenden sustituir una formación teológica y jurídica seria por unos conocimientos mal hilvanados de economía y sociología, con los que son capaces de construir las más disparatadas teorías, para explicarlas después a la parroquia.

Un hecho que debería ser conocido, y no escandalizar a nadie, es el elevado número de homosexuales que ha existido siempre entre los frailes y sacerdotes católicos. La explicación es bastante simple, en términos de racionalidad en la toma de decisiones sobre orientación sexual. Aunque no existe ninguna teoría de aceptación general sobre las causas de la homosexualidad, se sabe que el ambiente en el que una persona vive puede condicionar en buena medida tal orientación. Hablando en términos económicos, diríamos que los costes de oportunidad de orientarse hacia la homosexualidad son más elevados en unos ámbitos que en otros. No es extraño, por tanto, que en el ejército, los Colleges masculinos de la Universidad de Oxford o un convento de frailes haya un porcentaje más elevado de homosexuales que, por ejemplo, entre los empleados de El Corte Inglés o los funcionarios del Ministerio de Hacienda.

Es cierto que determinadas preferencias pueden orientar a la gente en cierto grado hacia una opción homosexual. Se ha planteado así, por ejemplo, la posibilidad de que el afán de elitismo y de situarse por encima de los convencionalismos dirigiera hacia la homosexualidad a muchos de los miembros de la sociedad de los Apóstoles de Cambridge, tan influyente en la cultura británica de la primera mitad del siglo XX (lo que explicaría, por ejemplo, la homosexualidad de un personaje como Keynes). Pero es muy probable que si Keynes hubiera sido un catedrático en la universidad de Chicago de los años cincuenta y L. Strachey hubiera convivido con Pío Baroja o Valle Inclán en vez de con Ducan Grant o Virginia Woolf, sus intereses sexuales hubieran sido distintos.

La exigencia del celibato a sus clérigos ha obligado, por tanto, a la Iglesia Católica a convivir desde siempre con el problema de la homosexualidad de muchos de sus sacerdotes. Es posible que el número de homosexuales sea hoy mayor entre los religiosos que en épocas pasadas. En este sentido, Richard Posner ha argumentado que, dado que los costes de tener experiencias heterosexuales son hoy más reducidos que nunca, la obligación del celibato y la castidad que la Iglesia impone a sus sacerdotes haya reducido sensiblemente los incentivos para seguir esta vocación. Pero pecaríamos de ingenuidad si pensáramos que nos encontramos ante un problema nuevo.

Y se trata de un problema que la Iglesia católica ha tratado siempre de resolver con discreción. Resulta totalmente injusto acusarla de intransigencia ante esta cuestión. Por el contrario, todo indica que nunca la Iglesia Católica ha adoptado actitudes inquisitoriales en este sentido; y su comportamiento hacia sus miembros homosexuales ha sido bastante más tolerante que el vigente en otras culturas occidentales, especialmente en los Estados Unidos de América. Los escándalos recientes que se han dado en este país en relación con sacerdotes u obispos homosexuales se han debido mucho más a la cultura de rechazo dominante en aquel país y a la presencia de menores en algunos casos que al papel desempeñado por la Iglesia misma.

A lo que la Iglesia Católica realmente se opone no es tanto a las inclinaciones homosexuales de sus miembros como a su manifestación pública. Y esta actitud es perfectamente racional. Para los católicos, la sexualidad está claramente dirigida a la reproducción en el seno de la institución familiar; y por ello la Iglesia considera inaceptable no sólo las prácticas homosexuales, sino también las heterosexuales que no busquen tal objetivo. Esto podrá gustarnos o no. Pero la doctrina católica es clara en este sentido. Y resulta absurdo, por tanto, que un sacerdote que, se supone, debe orientar a los fieles en su vida religiosa manifieste en público su desprecio por aquello que él mismo está obligado a enseñar. Por poner un ejemplo muy sencillo: está muy bien comer jamón de Jabugo... excepto, claro está, si uno pretende ser rabino ortodoxo. Decir, en tal caso, que la prohibición de comer jamón atenta a mis derechos humanos es una solemne estupidez.

Y mucho me temo que esta es, exactamente, la postura del cura Mantero. El problema es poco relevante y tiene una solución bastante fácil. Reverendo, cambie usted de profesión.

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