conoZe.com » Veritas et cetera » Temas » El extraño caso del cura de Valverde del Camino

Párrocos de Valverde

¿Se acuerdan del San Manuel Bueno, mártir de Unamuno? El cura que protagonizaba el relato sostenía sobre sus hombros la cruz terrible y agónica de la duda, salvando, a través de este castigo, la fe de sus feligreses. «¡Mi vida es una especie de suicidio continuo, un combate contra el suicidio -exclamaba, en un pasaje de desgarrado patetismo, la criatura unamuniana-; pero que vivan ellos, que vivan los nuestros!». A través de este cotidiano ejercicio de inmolación, suicidándose cada día en su ministerio, conseguía don Manuel Bueno que sus feligreses siguiesen soñando con su fe, «como el lago sueña el cielo». Aquel cura urdido por Unamuno era párroco de Valverde de Lucerna, una aldea simbólica, oculta entre montañas que sólo visitaba la nieve y asomada a un lago en cuyo fondo reposaba otra aldea sumergida. Si la nieve, en el relato de Unamuno, simboliza la fe intacta de los aldeanos, esa aldea sumergida simboliza los infiernos de recóndita y secreta agonía que laceran a su protagonista. Me he acordado de don Manuel Bueno en estos días, tras leer las estupefacientes revelaciones del cura José Mantero porque, paradójicamente, también él es párroco de otra localidad llamada Valverde. Valverde del Camino, en la provincia de Huelva.

Sin afán hiperbólico, podríamos afirmar que don Manuel Bueno y este José Mantero que acaba de salir con estrépito del armario son criaturas antípodas. Frente a la epopeya trágica del personaje unamuniano, que reprime sus dudas y sus pulsiones, «no por arrogarse un triunfo, sino por la paz, por la felicidad, por la ilusión de los que le están encomendados»; frente a tanto dolor sobrellevado en silencio, en las cámaras más secretas de la intimidad, nos topamos con el vodevil zafio de este cura que sale a la palestra pública para contarnos que infringe su celibato. Podría objetarse que al cura Mantero no lo anima un mero propósito de escándalo, sino la intención de proclamar la verdad. Y de nuevo surge, para rebatirlo, la voz del personaje unamuniano: «¿La verdad? La verdad es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». «¿Y entonces -protesta su confidente Lázaro-, ¿por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?». «Porque si no me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerlos felices, para hacerlos que se sueñen inmortales, y no para matarlos. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío».

Artículos de este tema:

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1067 el 2005-03-10 00:22:48