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Respeto y dignidad

Resulta conmovedor cómo añoran la dignidad humana los mismos que tanto empeño ponen en suprimir las razones en las que se fundamenta. La dignidad del hombre sólo puede proceder de su realidad personal, de su libertad. Sólo la persona posee dignidad. Negar la condición personal del hombre y reivindicar después su dignidad es absurdo. El sentimiento que exige la dignidad es el respeto. Así, es la persona, todas las personas, quien merece respeto, mas no necesariamente todos sus actos. La abyección y la cobardía, por ejemplo, no lo merecen. El abyecto y el cobarde, en cuanto que son personas, sí.

No toda distinción es discriminatoria ni atenta contra la dignidad. Al contrario, el igualitarismo es incompatible con el respeto y la dignidad. No se puede valorar ni tratar igual al valiente que al cobarde, al noble que al vulgar, al malvado que al perverso. Tratar de manera igual lo que es desigual es una forma de la injusticia. Con demasiada frecuencia se identifica erróneamente la justicia con el plebeyismo y el resentimiento.

Tampoco la exclusión del derecho a pertenecer a un grupo o una organización constituye, siempre y en principio, una discriminación. Uno es libre para, por ejemplo, no trabajar, pero entonces no puede reclamar un salario o una pensión de jubilación. Uno puede defender la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, mas no tiene derecho a hacerlo en el seno de un partido liberal. Uno es libre para hacer campaña a favor de Aznar, mas no a hacerlo en nombre del Partido Socialista. Uno puede optar por entablar relaciones de hecho sin contraer matrimonio, pero no tiene derecho a exigir el mismo tratamiento que quienes contraen los compromisos del matrimonio. Uno puede optar por la homosexualidad, o padecerla, sin sufrir por ello ninguna lesión en su dignidad ni ninguna falta de respeto, pero no tiene derecho a cambiar las normas legítimas de las organizaciones a las que eventualmente pueda pertenecer. Uno puede desde dentro de una organización propugnar la reforma de sus normas pero no puede incumplirlas y pretender permanecer en su seno e imponer a los demás sus preferencias particulares. En estos casos la intolerancia cambia de dirección y no es la organización la que es intolerante con el disidente (o, tal vez, traidor), sino éste quien es intolerante con sus compañeros. Uno es libre para entablar relaciones sexuales homosexuales, pero no tiene derecho a hacerlo y a pretender seguir siendo, por ejemplo, ministro de la Iglesia Católica. Aquí sólo cabe hablar de discriminación, de falta de respeto y de intolerancia por parte del transgresor. Se confunden tanto las cosas que la exigencia del cumplimiento de un deber se entiende como violación de un derecho. Una vez más, sólo queremos hablar del disfrute de derechos y no de la exigencia del cumplimiento de las obligaciones.

Si todo se respeta por igual, nada se respeta. Si todo posee la misma dignidad, nada es digno. El respeto y la dignidad no presuponen la abolición del mérito, la excelencia y la jerarquía. Un respeto general e incondicionado es una falta de respeto.

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